Un fantasma recorre los debates electorales por televisión. El fantasma de Richard Nixon en 1960. Desde aquella ocasión, en donde la mala imagen del candidato republicano en su debate contra John F. Kennedy marcó el rumbo de la elección, y de la historia de Estados Unidos, se suele sobreestimar el papel de estos ejercicios democráticos en los resultados de las contiendas electorales.
Por supuesto, el de Nixon-Kennedy no es el único caso; pero que un debate pueda mover de manera relevante la balanza es mucho más la excepción que la regla. La mayor parte de quienes observan esos debates -a menudo es la gente más informada y politizada- lo hace con la expectativa de que presenciará una vuelta definitiva de tuerca. Casi siempre termina un poco decepcionado: le pasa lo mismo que cuando vio la enésima pelea que el Canelo Álvarez ganó por decisión, y no convenció.
El primer Debate Chilango, entre los candidatos a jefe de gobierno para el periodo 2024-2030 estuvo entretenido, al menos por los interesados en la política de la capital del país, pero no fue la excepción. Después de muchos brincos, lo probable es que los movimientos en las preferencias electorales hayan sido marginales.
Pero eso no es lo importante. Lo relevante es que los candidatos se dieron a conocer entre un público más o menos amplio, y que, al expresarse, se mostraron, y dieron una idea más clara de quiénes son y cómo podrían ser sus gobiernos, así como de sus estilos y estrategias.
Antes del debate del domingo, Clara Brugada llevaba en las encuestas una ventaja no muy amplia frente a Santiago Taboada, con Salomón Chertorivski bastante atrás. Por lo tanto, de inicio eran de esperarse un ataque de Taboada, con Brugada a la defensiva, y Chertorivski buscando colarse y hacerse notar.
No fue estrictamente así, y se vio desde el inicio. Brugada jugó por dos pistas: una se resume en la frase “darle continuidad al gran trabajo de Claudia Sheinbaum”, que es esencialmente un intento por congraciarse con la candidata presidencial, que tenía otro favorito para la capital; la otra, empezar ella la ofensiva. Brugada es más fajadora que boxeadora.
Así, desde el principio, tras acusar que “el PAN le entregó el país al narco” y que Taboada “representa al cártel inmobiliario”, la candidata morenista definió el tono principal, que dejaba -en principio- a Chertorivski fuera de la jugada. Taboada le reviró, señalando que la ciudad se debate entre dos opciones, enfatizando los problemas más graves que él ve: seguridad y agua.
Lo que siguió después fue, fundamentalmente, un intercambio de acusaciones entre los principales candidatos, aderezado, ocasionalmente con algunas propuestas sociales y de inversión. Mi impresión fue que, en las propuestas, Taboada fue más específico, mientras que Brugada solamente enumeró generalidades (y se ve que los números le dan erisipela). Pero que, en los ataques, salió mejor librada la fajadora y el candidato del Frente no se defendió lo suficiente.
Taboada se excedió en dos asuntos: uno es la comparación de la alcandía Iztapalapa con la Benito Juárez. Todo chilango sabe que son diferentes de nacimiento, y que el bienestar de la BJ resulta fundamentalmente del origen social de sus habitantes; no es obra de las administraciones panistas. Y, en su énfasis en la seguridad, dio la impresión de que ese era su principal programa social. En cambio, se quedó corto en la crítica general a la conducción de la capital (no fue tan apocalíptico como pronosticó Chertorivski), y mostró una gran dificultad, sólo comparable con la de López Obrador, para mostrar cartones y papelitos ante las cámaras: eran como pajaritos blancos voladores.
Brugada estaba tan concentrada en atacar que, ante preguntas sobre economía y pobreza, prefería lanzar dardos contra la supuesta corrupción del rival que hacer el favor de intentar contestarlas, si es que hubiera podido hacerlo. Y cuando Clara no atacaba, pintaba un mundo color de rosa, de la ciudad que vive el “Chilango Moment”. Considero que había manera de que Taboada contestara contragolpeando, porque las acusaciones eran fuertes, pero nada más se cubrió.
Para entonces, Chertorivski -luego de recordar su papel en el Seguro Popular y en el aumento al salario mínimo- había lanzado una batería bastante racional de propuestas para la ciudad, con números de financiamiento y todo, y llamaba la atención al público comiendo palomitas. El candidato de Movimiento Ciudadano se quejó dos veces (demasiadas) de que sólo había gritos y sombrerazos, pero no aprovechó la situación para indignarse, aun cuando estaba ante dos rivales que se acusaban mutuamente de corrupción. En cambio, siguiendo el símil pugilístico, lanzó dos jabs a cada lado, y con eso se conformó, al cabo que él es el candidato equidistante “de las propuestas y las respuestas”. Logró entrar a codazos a la discusión, pero ya en el ring se portó como el buenito.
En el posdebate, quienes ya estaban decantados para un lado u otro vieron ganador a su gallo (o gallina), y buena parte del efecto real en los electores dependerá de la fuerza con la que logren dar la impresión de quien “ganó”, particularmente en las redes sociales. En el entendido de que las fuerzas políticas son las que son, no se puede esperar demasiado movimiento en las preferencias.
Sólo agregaré que el regreso de las peticiones a Chertorivski para que decline en favor del candidato del Frente nos dice dos cosas: que si Taboada hubiera ganado ampliamente el debate, no lo andarían pidiendo, y que si Chertorivski fuera tan irrelevante como dicen, tampoco.
El primero estuvo bien, pero a ver cómo se pone el segundo debate. Como en el boxeo profesional, lo que uno quiere ver no son rounds de sombra, sino un buen nocaut.
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