Cultura

"Algunas campañas", de Octavio Paz (fragmento)

El Colegio Nacional nos comparte este fragmento con motivo de la presentación "Siglo de las luces..." en la institución el próximo 6 de septiembre

el colegio nacional

Octavio Paz falleció el 19 de abril de 1998.

Octavio Paz falleció el 19 de abril de 1998.

El volumen Siglo de las luces… y las sombras (Debate, 2023) es un recuento de los andares políticos de Ireneo Paz. A propósito de la presentación que se realizará el próximo miércoles 6 de septiembre, a las 18 h, en El Colegio Nacional, compartimos con los lectores de Crónica algunas reflexiones que Octavio Paz escribiera en 1997 sobre su abuelo, Irineo Paz, en el libro Algunas campañas (FCE-El Colegio Nacional).

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La casa era grande y lo parecía aún más pues estaba casi deshabitada. Cuartos y cuartos vacíos raramente visitados por borrosas figuras que ahora, vanamente, quiero fijar: mi abuelo, mi madre, mi tía, Ifigenia que cocinaba y servía lo mismo para uno barrido que para un regado, su marido, Elodio, que era el jardinero y el hombre de los mandados. Mi abuelo iba y venía por aquellas soledades con quien se adentra en sí mismo. Vestía chaqueta de terciopelo oscuro suntuosamente bordadas, a la moda de 1900. 

Lo movía una especie de paciente exasperación. Años más tarde supe que había sido un hombre muy activo: había conocido las penalidades y la camaradería de la guerra, las agitaciones de la política, los torbellinos del periodismo y el silencio del cuarto de escritor. Al caminar por aquellas habitaciones pobladas por los fantasmas de los muertos y los ausentes, ¿recordaba sus aventuras, sus amores, sus odios, la breve centella del triunfo, el pozo de la caída? ¿Pensaba en los desastres familiares, en el alcoholismo de sus hijos, en la muerte de su mujer, en el desmoronamiento del mundo? ¿O sólo se aburría? No sabría decirlo. De aquellos años sólo me quedan sobras huidizas.

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Octavio Paz.

Salí de México con mi madre y por una larga temporada vivimos en Los Ángeles. La caída de Carranza y el triunfo de Obregón acabaron con el destierro de mi padre. Volvimos a vivir con mi abuelo y mi tía Amalia, ahora mucho más chica. Para sobrevivir, Irineo Paz tuvo que hipotecar sus bienes y alquilar la casa grande. En la que vivimos ahora, amueblada con los restos de residencias anteriores, había muchos grandes estantes llenos de libros. También un jardín o, más bien, una pequeña huerta con un pozo, seis esbeltos pinos, una buganvilia y dos higueras a un tiempo pródigas y misteriosas. Las habitaciones eran espaciosas. 

En el comedor yo me sentía un poco desamparado: la mesa era muy grande y nosotros muy pocos. En las recámaras y en los pasillos había muchos retratos. En la sala, muebles vetustos y, colgados en los muros, espejos de marco dorado y dos o tres cuadros, académicos paisajes del Valle de México. En un ángulo un piano y, en el muro contiguo, prominente, una inmensa fotografía de Porfirio Díaz a caballo. Aunque mi padre protestaba por la presencia de la imagen del dictador en la sala, mi abuelo se rehusaba a moverla y ahí se quedó hasta su muerte, unos pocos años después.

Algunos de los objetos personales de Octavio Paz.

Algunos de los objetos personales de Octavio Paz.

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Más tarde supe, por mi padre y otros testigos de sus discusiones, por qué mi abuelo se había negado a mover el retrato. En su juventud, decía, había sido admirador, partidario y amigo de Porfirio Díaz. Luchó por él y con él. Cuando, al final, asumió la presidencia de México, lo había apoyado, como la gran mayoría de sus compañeros, todos liberales y más jóvenes que la generación de Juárez, los llamados “tuxpecanos”. Entre ellos había gente como Riva Palacio, Vallarta, Vigil. Pero Díaz no tardó en desplazar a sus antiguos partidarios en favor de un grupo de jóvenes, los “científicos” (ahora diríamos “los tecnócratas”), llegados a la escena política cuando Porfirio ya había conquistado el poder […] Su entusiasmo por Díaz se enfrió; sin embargo, continuó apoyándolo: eran innegables y numerosos los beneficios de su administración. Lo más asombroso: la paz reinaba en el país después de más de medio siglo de guerras civiles y dos intervenciones extranjeras. 

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Lamentaba, sí, que no se hiciese nada por encaminar la nación hacia una verdadera democracia. Esto lo llevó, al final, a apoyar la candidatura de Bernardo Reyes como una alternativa que impidiese una nueva reelección de Díaz. Este mismo sentimiento inspiró algunas críticas de La Patria al régimen. Pero esas críticas, más bien moderadas, bastaron para llevarlo a la cárcel por una corta temporada... Él había perdonado todo esto y resumía así sus juicios sobre Díaz: hechas las cuentas, hizo más bien que mal al país. Su gran pecado fue la ceguera y la sordera de sus últimos años: no quiso dejar el poder y su terquedad provocó el terrible estallido de la Revolución.

Mi padre disentía. Las causas de la Revolución no eran únicamente políticas sino sociales: la inmensa pobreza del pueblo, los abusos de los poderosos y de los jefes políticos y, sobre todo y ante todo, el hambre de tierra de los campesinos.

Cartelera de El Colegio Nacional.

Cartelera de El Colegio Nacional.