Cultura

Discurso de ingreso de Octavio Paz a El Colegio Nacional (Fragmento)

Con motivo del aniversario del ingreso del poeta a El Colegio Nacional, la institución nos comparte un fragmento de su discurso

el colegio nacional

Octavio Paz falleció el 19 de abril de 1998.

Octavio Paz falleció el 19 de abril de 1998.

El pasado 1 de agosto se conmemoraron 57 años del ingreso de Octavio Paz a El Colegio Nacional. Para recordar esta efeméride, compartimos con los lectores de Crónica su discurso de ingreso. El autor de El laberinto de la soledad es uno de los grandes poetas y ensayistas del siglo XX. Con su obra, Paz cultivó e influyó a nuevas generaciones, mostrando el mismo amor y crítica hacia la construcción del lenguaje, tanto en la poesía como en el ensayo.

                                                  ***

Poema: ideograma de un mundo que busca su sentido, su orientación, no en un punto fijo sino en la rotación de los puntos y en la movilidad de los signos. (…) Hasta hace poco se concebía al hombre como la fuente de los significados; el lenguaje lo distinguía de todos los otros seres vivos: era el dador de sentido. Hoy el hombre es una articulación o una metáfora en el discurso de La naturaleza: un momento de la comunicación entre las estructuras más simples y las más complejas, de los virus a los sistemas solares. El hombre no es el productor de los signos: es un signo más entre los signos. Lo que sigue es una reflexión sobre ese signo.

Publicación de El Colegio Nacional.

Publicación de El Colegio Nacional.

ECN

La interrogación acerca de la poesía contemporánea contiene otra sobre las cambiantes relaciones entre los nombres y las cosas que éstos designan. Esas relaciones sufrieron una metamorfosis al iniciarse la era moderna. Ahora han sufrido otro cambio igualmente decisivo. No es tanto que los nombres hayan perdido a las cosas o, como se dice corrientemente, que nuestro lenguaje haya perdido sentido: las cosas por sí mismas tienden a constituirse como un lenguaje autónomo y que no siempre podemos traducir al lenguaje verbal. Las dificultades que experimentan la lógica matemática y la física de las partículas atómicas para describir ciertos fenómenos no son esencialmente distintas a las de la poesía contemporánea. En uno y otro caso se trata de un problema de traducción, en el sentido que daba Valéry a esta palabra: encontrar un sistema de equivalencias o analogía. La analogía no sólo expresa semejanzas sino también oposiciones complementarias. Una de ellas, en nuestro tiempo, es la de técnica y poesía. (…)

Lee también

"El laurel invisible", de Vicente Quirarte

el colegio nacional
Vicente Quirarte, miembro de El Colegio Nacional.

La poesía es la manifestación verbal, la encarnación en palabras, de la mitología de una época. De ahí que la función mítica sea casi indistinguible de la función poética. Aunque el poeta no es inventor de mitos, a él le toca nombrar a todo ese conjunto de héroes, sucesos reales e imaginarios, creencias y pasiones que constituyen lo que se llama la "imagen del mundo" de una sociedad, su mitología. El poeta convierte en imagen a todos esos signos: los configura, les da figura. La semilla de esa imagen es la idea que se forman los hombres del mundo y de sí mismos. La idea yace escondida en la estructura inconsciente de la sociedad y la nutre una visión particular del tiempo. La función cardinal del tiempo en la formación de la idea del mundo se debe a lo siguiente: los hombres no lo vemos nunca como mero suceder sino como un proceso intencional, dotado de una dirección y apuntando hacia un fin. Los actos y las palabras de los hombres están hechos de tiempo, son tiempo: son un hacia esto o aquello, cualquiera que sea la realidad que designen el esto o el aquello, sin excluir a la misma nada. Así pues, el tiempo es el depositario del sentido. El poeta dice lo que dice el tiempo, inclusive cuando lo contradice: nombra el transcurrir, vuelve palabra a la sucesión. La idea del mundo se repliega en el tiempo y éste se despliega en el poema. Poesía es tiempo desvelado: el enigma del mundo convertido en enigmática transparencia. Cada civilización ha tenido una visión distinta del tiempo; algunas lo han pensado como eterno retorno, otras como eternidad inmóvil, otras más como vacuidad sin fechas o como línea recta o espiral. Año platónico, circular y perfecto a la manera del movimiento de los cuerpos celestes o tiempo apocalíptico, en línea recta, de los cristianos; tiempo ilusorio del hindú, molino de las reencarnaciones o tiempo infinito, progreso continuo del siglo XIX. Cada una de estas ideas ha encarnado en esas imágenes que llamamos poemas un nombre que designa a un objeto verbal sin forma fija y en perpetuo cambio, de la invocación mágica del primitivo a las novelas contemporáneas. Pues bien, la poesía se enfrenta ahora a la pérdida de la imagen del mundo. Por eso aparece como una configuración de signos en dispersión: imagen de un mundo sin imagen.

[…]

Lee también

Recordando a Manuel Sandoval Vallarta

Luis Felipe Rodríguez Jorge*
Manuel Sandoval Vallarta.

La destrucción de la imagen del mundo es la primera consecuencia de la técnica. La segunda es la aceleración del tiempo histórico y del tiempo biológico. Esta aceleración culmina, al fin de cuentas, en una negación del cambio, si entendemos por cambio a un proceso evolutivo que implica progreso y continua renovación. El tiempo de la técnica acelera la entropía: la civilización de la era industrial ha producido en un siglo más desechos y materia muerta que todas las otras civilizaciones juntas, desde la revolución del neolítico. Así, ataca en su centro mismo la idea del tiempo elaborada por la era moderna: al exagerarla, la reduce al absurdo. Pero la técnica no sólo es una crítica radical de la idea del cambio como evolución, sino que también pone un límite, un hasta aquí, a la idea correlativa de tiempo sin fin. El tiempo de la historia era prácticamente infinito, al menos para la medida humana. Se pensaba que pasarían milenios de milenios antes de que el planeta se enfriase definitivamente; por tanto, el hombre podría cumplir holgadamente su ciclo de evolución, alcanzar el poder y la sabiduría e incluso apoderarse del secreto para vencer a la segunda ley de la termodinámica. La ciencia contemporánea no corrobora esas ilusiones: el mundo puede acabarse el día menos pensado, o sea: el tiempo tiene un fin y ese fin será imprevisto. Vivimos en un mundo inestable: el cambio ya no es sinónimo de progreso sino de repentina extinción. La astronomía actual se refiere con frecuencia a catástrofes estelares e introduce así la idea de accidente en una esfera que parecía el modelo mismo del orden. Algunos suponen que esos incendios vagabundos conocidos bajo el nombre de "supernovas" no son sino el resplandor lejano de la colisión de dos galaxias, una compuesta de materia y otra de anti-materia. No insistiré con esta clase de ejemplos pues tengo a la mano uno más popular y convincente: el arma atómica. Su existencia constituye por sí sola un argumento que literalmente volatiliza a la idea del progreso, sea en su versión evolutiva o en la revolucionaria. Es verdad que hasta ahora hemos logrado conjurar a la hecatombe. No importa: basta con que exista esa posibilidad para que nuestra idea del tiempo pierda su consistencia. La bomba no ha destruido al mundo, pero ha destruido a nuestra idea del mundo. La crítica de la mitología emprendida por la filosofía desde el Renacimiento se transforma en la crítica de la filosofía: el tiempo puede consumirse en una llamarada que disolvería por igual a la dialéctica del espíritu y a la evolución de las especies, a la república de los iguales y a la torre del superhombre, al monólogo de la fenomenología y al diálogo de los computers. Redescubrimos un sentimiento que acompañó siempre a los aztecas, a los hindúes y a los cristianos del año mil. Estamos ya en otro tiempo.

Lee también

"Eduardo Matos Moctezuma: Ochenta años" (fragmento)

el colegio nacional
Eduardo Matos Moctezuma.

[…]

Procuraré ahora mostrar que la transformación de las relaciones entre la palabra y el mundo es análoga a la que se operó al iniciarse la edad moderna, sólo que en dirección contraria. La alegoría fue el modo que asumió la comunicación poética durante el apogeo del cristianismo. La novela ha sido la forma de predilección de la edad moderna. La alegoría es una de las expresiones del pensamiento analógico e inclusive podría agregarse que es la formalización didáctica de la analogía. Ésta reposa en el principio: esto es como aquello y de esta semejanza deduce o descubre las otras hasta convertir al universo en un tejido de relaciones. La alegoría, como su nombre lo indica, es un discurso en el que al hablar de esto se habla también de lo otro. Esa referencia sería imposible si no existiese un nexo entre el esto y lo otro. La analogía es el nexo. El crítico Charles A. Singleton ha mostrado que la Comedia de Dante es una alegoría de alegorías: el prólogo del poema es una alegoría del viaje del poeta por los tres mundos que a su vez es la alegoría de las peregrinaciones del alma caída y de su final conversión. La cifra o código de referencia de estas alegorías circulares es el Libro del Éxodo. El mismo Dante, en una carta a Can Grande lo declara:

Si atendemos a lo que dice la letra, el sentido es la huida de Egipto de los hijos de Israel en tiempos de Moisés; en el sentido alegórico, es la redención de Cristo; en el moral, la conversión del alma...

Cartelera de El Colegio Nacional.

Cartelera de El Colegio Nacional.