Puede que el punk haya muerto, pero el hardcore está más vivo que nunca. Así lo demuestra la gira de Turnstile por América Latina, que este jueves logró llenar el Pabellón Oeste del Palacio de los Deportes de la Ciudad de México, una ubicación donde nunca creí ver un concierto de este subgénero, eternamente condenado al underground y a la contracultura. Playeras oficiales a la venta en 600 pesos dentro del recinto y clones en 100 pesos en el exterior demuestran que la banda de Baltimore ha logrado lo que parecía imposible, que bien adentrado el siglo XXI el hardcore punk, nacido a finales de los años setentas, logre acercarse a los más jóvenes.
La banda mexicana Margaritas Podridas abrió la noche, mientras que, con el Pabellón ya medio lleno, Drain, la primera de las dos bandas que acompañaron a Turnstile, calentó al público con su joven y fresca propuesta de thrash punk-metal, que incluye temas conocidos como “California Cursed” y “Feel the Pressure”. Luego fue el turno de Ceremony, una banda con casi 20 años a sus espaldas en el hardcore punk pero que, como Turnstile, ha encontrado cierto éxito explorando caminos más cercanos al post-punk y al rock alternativo.
Tras casi media hora de espera y entre los compases de “I Want to Dance With Somebody” de Whitney Houston, que sonaba en la megafonía, los integrantes de Turnstile aparecieron en el escenario en medio de un inmenso griterío del público más joven, lo que dejaba claro que la banda estadounidense está ahora mismo muy alejada de algunas de las bandas hardcore que les abrieron camino en los ochentas y noventas, como Fugazi o Refused.
Sobre el escenario, los integrantes de Turnstile derrochan una energía y transmiten un entusiasmo difícil de encontrar en otras bandas. Su vocalista, Brendan Yates, con el torso desnudo y esculpido al estilo que inauguró en los ochentas Henry Rollins con Black Flag, no dejó de moverse por el escenario, de saltar, de bailar y de golpear el aire con los puños. El sonido tampoco se detuvo nunca, desdibujando las líneas entre unas y otras canciones.
Debajo del escenario, el público se movía como una masa homogénea, hacia adelante y hacia atrás, hacia la izquierda y hacia la derecha, mientras se abrían espontáneamente los tradicionales moshpits en la parte central más cercana al escenario. Las notas de los grandes éxitos del último álbum de la banda, Glow On (2021), como “Don’t Play” o “Underwater Boi”, se sucedían, intercalados con algunos de los primeros éxitos comerciales de Turnstile, como “Generator”, del álbum Time + Space ( 2018). Pasadas tres canciones, mi playera se convirtió en una capa extra de mi mismo, sobre la epidermis, mientras el calor del lugar contribuía al frenesí colectivo.
Con el paso de los minutos, la masa se tranquilizó un poco. Era el momento de canciones como “Fly Again”, tras la cual el baterista, Daniel Fang, dio un respiro a los exhaustos demás integrantes de la banda y exhibió fuerza y control con un solo de más de cinco minutos. Este se enlazó con uno de los momentos álgidos del concierto, la canción “Blackout”, uno de los mayores éxitos de la agrupación. En medio de «oés» y demás vítores, el concierto cerró con un último golpe de pura energía punk con la canción “T.L.C.” (Turnstile Love Connection), que la banda ha adoptado como eslogan.
Entre gritos de «TLC» del público, el concierto terminó, raspando apenas la hora de duración, y dejó a miles de personas cegadas por las luces del Pabellón, como despertando de un sueño extraño: «Soñé que vi un concierto de hardcore en una sala llena de miles de personas en lugar de en una casa okupada con setenta pelados». Algo así.
¿QUÉ ACABO DE VER?
Explicar el fenómeno de Turnstile es complicado y a la vez muy sencillo. Al final, depende de si ves su explosión cultural y mediática como lo más innovador en el hardcore desde que Black Flag sacaron My War en 1985 o si lo ves como la evolución natural de una banda que, desde su primer EP, demostraba que quería explorar todo lo que el género pudiera tener que ofrecer. Esto es algo que, aunque tiene muchos precedentes, ellos han sabido hacer mejor que nadie en los últimos tiempos, con una propuesta de producción musical accesible y derrochando carisma a borbotones.
La mejor muestra de ello estaba en el público: Antes de que las guitarras empezaran a sonar y todo saltara por los aires, a mi lado derecho sonreía un chico de poco más de 20 años que lucía cabello rosa chicle, arracadas y cadena de oro y una playera de Britney Spears. Al otro lado, compartía filas con alguien de unos 40 años, barba prominente, camisa de cuadros roja y negra y gorra de la banda hardcore Terror.
En definitiva, esta es la magia de Turnstile y hay que valorarla como lo que es: Un irrelevante arreón de energía para algunos seguidores casuales, pero la posible puerta de entrada al punk rock para toda una nueva generación de jóvenes. Y esto, por mucho que a los dinosaurios guardianes de la pureza del hardcore les pueda molestar, es genial.
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