Tener un periódico en el Siglo XXI es una aventura empresarial que pocos empresarios recomendarían. El negocio cambia tan rápido hacia direcciones insospechadas que el nuevo paradigma es hacer cambios sobre la marcha, algo que desconcierta a todos, en particular a los empresarios que buscan, en legítima defensa, reglas claras y de largo plazo para su inversión.
Tener un periódico en el siglo XXI es también un alarde, acaso disparatado, de optimismo, de tener la certeza de que las cosas mejorarán, de que vale la pena fortalecer el tejido social con dosis exactas de información, reflexión y análisis para que los lectores, convertidos por su trato con la prensa en ciudadanos, enfrenten las turbulencias con elementos suficientes para comprender lo que está pasando y tomar mejores decisiones sobre su vida misma.
Los periódicos del Siglo XXI mezclan habilidades casi artesanales en las rotativas, con tecnologías de vanguardia que hasta hace poco parecían artilugios de ciencia ficción. Hay en su fuerza de trabajo personal con medio siglo de experiencia y las manos manchadas de tinta, que trabaja con colegas jóvenes que casi nunca han tenido un periódico impreso en sus manos, que se informan y forman sus opiniones en las plataformas digitales.
En los periódicos de nuestros tiempos hay articulistas que se toman más de mil palabras para desarrollar un punto de vista, que trabajan al lado de colegas jóvenes que exigen que una colaboración no rebase los 59 segundos para que quepa en diversas plataformas. Tener un periódico en el Siglo XXI supone respetar las formas tradicionales del oficio, con la condición de que no impidan el crecimiento y desarrollo de las nuevas maneras de informar y de consumir esa información. Alcanzar y conservar el equilibrio es fundamental en la coyuntura.
Un diario impreso y sus plataformas digitales operan en un contexto social determinado. Para ubicarse en un mercado que parece caótico, es necesario tener claridad de que existe para fortalecer la democracia, denunciar los excesos del poder, combatir las injusticias y crear una ciudadanía cada vez más exigente. Por eso en Crónica solemos decir que nuestra línea editorial es México, no tiene pierde.
He escrito antes en este espacio, que hacer un diario es una variable de arte efímero. El periodista que se deja atrapar por las redes de la nostalgia está perdido. En el oficio no cabe aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, por la sencilla razón de que no hay tiempo pasado. La gloria de una buena pieza periodística tiene, desde que se está escribiendo, las horas contadas. Lo importante es perseverar hasta prevalecer. En el caso de las redes digitales lo que se manejó en las mañanas en la tarde es una pieza vintage, de no creerse.
Un diario bien hecho todos los días, como es Crónica, genera confianza, lealtad, credibilidad, que son los tesoros que se buscan en la travesía. Hacer un diario es emprender un viaje en el que nunca se llega a puerto. Se descubren, eso sí, rutas, litorales, corrientes marinas, pero nunca se puede tirar el ancla. Los periodistas son navegantes condenados a no tocar tierra.
El aspecto diferenciador de Crónica, gracias al cual tiene un lugar especial en el menú de opciones informativas del país, fue la iniciativa surgida en 2010 de crear el Premio Crónica para reconocer a mexicanos que han hecho aportaciones extraordinarias. El Premio, una exaltación de los valores, es ya un referente entre la comunidad científica y cultural del país. Hay que añadir la creación de la Fundación que institucionaliza la entrega del Premio cada año.
Apunto todo esto en el marco del aniversario 28 de la Crónica de Hoy. La aventura empresarial y cruzada ciudadana que encabezan don Jorge Kahwagi Gastine, Fernando Marón Kahwagi y Rafael García Garza. Han logrado crear un proyecto editorial de calidad que tiene la recompensa de la lealtad de los lectores. Un proyecto que va por más, mucho más.
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