Opinión

Debate chilango

En una democracia funcional los debates políticos tienen la importante tarea de mostrar a los posibles votantes las cualidades y defectos de quienes aspiran gobernar una colectividad. La política no es solamente organización de estructuras y selección de candidaturas, es también comunicación de programas y de propuestas, de prestaciones y de promesas. Dejando de lado el análisis de las cualidades personales que hacen a un líder o a un candidato mayormente atractivo, influyente y elegible, está fuera de duda que sus capacidades de comunicación desempeñan un rol crucial en la contienda política. La capacidad de transmitir las ideas es un factor determinante de la participación electoral.

El deterioro político que aqueja a la Ciudad de México se refleja nítidamente en la clase gobernante que padecemos. Rijosa, inconcluyente y demagógica se manifiesta como en realidad es: una serie de élites y grupos que luchan por el poder sin ideas creativas sobre el futuro de nuestra democratización, y que desarrollan sus estrategias a través de actos puramente mediáticos. Por ello, el debate chilango fue “más de lo mismo”, acentuando aquel fenómeno que los politólogos, cuando analizan la ineficacia electoral, denominan: “el voto y el circo”, para dar cuenta de una política-espectáculo que no contribuye a formar ciudadanía sino que, contrariamente, genera desconfianza y desinterés. La falta de ideas y propuestas innovadoras solo generó somnolencia derivada de candidatos generosos en ofrecimientos irrealizables.

La autoridad electoral relegó la confrontación que debe caracterizar los verdaderos debates políticos imponiendo un formato muy rígido. Ahora, se prevén intensas campañas negras que solo alejarán a los ciudadanos de las urnas, produciendo lo que el estudioso español, Josep Colomer, denominó el “arte de la manipulación política”. Quedaron pendientes las propuestas sobre cómo gobernar la complejidad que caracteriza la Ciudad de México con el objetivo de restaurar una institucionalidad que se encuentra en crisis. Ante las grises propuestas que se observaron, se requieren nuevos debates políticos de altura que permitan someter a los candidatos a una verdadera observación crítica por parte del electorado.

Contrariamente a lo que muchos piensan, debatir quiere decir disputar y, al mismo tiempo, discernir. Se trata de ofrecer razones al consenso electoral por medio de argumentos. En una democracia cualquier ejercicio de esta naturaleza debe garantizar el pluralismo, la imparcialidad y la igualdad de oportunidades para que los candidatos presenten a la sociedad civil sus ideas, proyectos y propósitos. Debatir significa dotar al ciudadano de oportunidades para conocer de primera mano las diferentes alternativas. Se confirmó la tesis de que el debate solo proyectó una confrontación entre adversarios que mantienen una “guerra política” dado que se presentan como enemigos ideológicos irreconciliables. Prevaleció la lógica del antagonismo, anulando el análisis de las propuestas, fue un show sin contenido. En conclusión, seguimos requiriendo de candidatos que atiendan el creciente desencanto ciudadano.

El debate mostró la vieja enfermedad que aqueja a nuestra cultura política, donde la única relación posible con el adversario consiste en cancelarlo del escenario. Una situación paradójica donde la derrota, real o aparente, del contrincante es una condición para la propia sobrevivencia. El debate fue un espacio de aburrida confrontación alejado del diálogo que nuestro proceso de transformaciones políticas requiere urgentemente. Un diálogo a propósito de las soluciones que los distintos actores ofrecen a los ciudadanos y que defienda las condiciones necesarias para el desarrollo de nuestra convivencia democrática.

Necesitamos de un diálogo abierto a la diversidad que evite las certezas típicas del dogmatismo. No hay duda, la candidata y los candidatos quedaron en deuda con los ciudadanos. Sin embargo, la campaña continúa, quienes aspiran a gobernar deberán estar a la altura y proponer soluciones efectivas a los graves problemas que aquejan a la Ciudad de México. Los ciudadanos estaremos atentos.

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