Opinión

El disenso público vivifica la República

En los años setenta y ochenta del siglo pasado, el disenso era perseguido, era autocensurado. En México, vivíamos un ambiente autoritario, cuyo eje generador era un partido hegemónico, que se presentaba como heredero de la Revolución e impulsor de las aspiraciones del Pueblo. El disenso público era de “mal gusto” y siempre provenía de los reaccionarios, que eran enemigos de la Revolución y el Pueblo, y si bien ya no se perseguía con cárcel, si ocasionaba el ostracismo político y mediático.

El disenso a sottovoce era tolerado, mientras que la investidura presidencial no fuera involucrada. El presidente siempre estaba en lo correcto y cualquier error era atribuido a los malos consejos de sus allegados, quienes pagaban con la expulsión del grupo cercano, si eran considerados la fuente de la equivocación. El chivo expiatorio sólo le quedaba esperar que el próximo presidente lo rescatara y lo reincorpora al paraíso. Coloquialmente se decía que se iba a la banca. Muy similar a la carta del presidente al candidato Trump, en el que esté último no es responsable de sus declaraciones, sino que el culpable de los ataques es un asesor desconocido que lo mal informó de la realidad mexicana.

Este comportamiento político, conocido como agache, no es exclusivo de los mexicanos, más bien es producto de la concentración de poder excesiva. Un ejemplo del presidencialismo desbordado sucedió en nuestro vecino del norte, en donde la racionalidad indicaba que Biden era un candidato perdedor, incluso era previsible que ocasionara el descalabro electoral más grande de los demócratas en la historia reciente, pero ninguno de sus partidarios se atrevía a confrontarlo públicamente y sólo hacían insinuaciones para que pasara la estafeta, hasta que su visible falta de agilidad mental, esto lo digo por cortesía, lo orilló al “acto patriota” de hacerse al lado para darle paso a la nueva generación de políticos jóvenes, representado por una mujer de 60 años, en un país que el promedio de edad de sus población es menor a 40.

En el mundo experimentamos un renacimiento del Estado intervencionista (Maduro) o del Estado liberal del siglo XIX (Milei), como reacción a los excesos de los hombres fuertes del mercado, que aprovecharon la falta de gobierno de los capitales globales para acumular riquezas exorbitantes, esconderlas en paraísos fiscales, con lo que se profundizaron las desigualdades entre países y el rezago social y la pobreza extrema aumentaron. Además, la razón de Estado está desplazando al bienestar de las personas como idea legitimadora de la autoridad.

Este resurgimiento trae aparejada la concentración del poder en los ejecutivos, tanto presidentes como primeros ministros, el desmantelamiento de los espacios de autonomía constitucional y el surgimiento de partidos o candidatos populistas, nacionalistas o no sistémicos, que aprovechan las reglas democráticas para debilitarla. Este fenómeno se reproduce en Europa y América, en sociedades tradicionalmente pluralistas, y lo protagonizan movimientos autoritarios que capitalizan el descontento social, la animadversión a élites políticas corruptas y envejecidas y las insuficiencias de la representación de los legisladores, cooptados por los intereses oligarcas.

El verticalismo de los actores políticos, que exigen militancia incondicional, bajo la racionalidad de “quien no está conmigo, está en mi contra”, rechaza el disenso público al proyecto y los que se oponen al mismo son tratados como traidores a la revolución, al pueblo, a la libertad, a la clase o a la raza. El gobierno recupera su centralidad y el pluralismo político y jurídico es considerado un obstáculo en la consecución de sus fines. Los dueños del dinero se subordinan al poder del Estado, pero este sometimiento no garantiza la superación de la pobreza, ni la reversión de la acumulación de la riqueza en pocas manos. Sólo hay una reacomodo o sustitución de los oligarcas.

En contraste, el disenso público vivifica la República. La democracia representativa y el pluralismo político no son paraísos. Este tipo de régimen genera desequilibrios y, lamentablemente, no supera los rezagos sociales con la celeridad deseada para todos los grupos sociales, pero ha demostrado que es el espacio político en el que la libertad positiva, aquella que impulsa la creatividad individual y colectiva, florece y es el debate abierto y crítico la via en que se han ido construyendo los instituciones en las sociedades con mayor bienestar social.

El alineamiento de las ideas a los intereses del poder político hegemónico erosiona la confianza, la certidumbre, la confiabilidad y el combate a la corrupción. Esta actitud colectiva obtiene resultados en lo inmediato, pero concentra la toma de decisiones en una persona y su grupo que, paulatinamente, deteriora la vida republicana y fortalece las estructuras de la desigualdad, que son el origen principal de la sumisión social al poderoso. El disenso autocensurado es el camino a la resignación política.

Profesor de la Universidad Panamericana

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