Terminó la elección más grande de la historia y los primeros resultados que se conocen son apabullantes: Claudia Sheinbaum y la coalición Seguimos Haciendo Historia, conformada por Morena, PT y PVEM, alcanzó una votación cercana al 60 por ciento. Desde 1982, cuando Miguel de la Madrid obtuvo más del 70 por ciento de los sufragios, no se había presentado una cifra tan alta para un presidente. Eran los tiempos del partido oficial hegemónico. Cuatro décadas tuvieron que transcurrir para volver a ver un resultado similar. De los casi cerca de 100 millones de electores que hoy formamos el padrón electoral, únicamente poco menos de 20 millones pudieron votar en aquella ocasión. De esa dimensión son los resultados que hoy tenemos.
Hoy inician los cómputos distritales y, con ellos, el proceso para determinar los resultados oficiales que habrán de ser impugnados por los partidos. En las redes sociales y de boca en boca corren versiones de un posible fraude que habría afectado de forma significativa las cifras a las que ya hemos hecho mención. Quizá por el ánimo conspiracionista que como sociedad nos caracteriza, tal vez por la distancia entre lo que se pensaba y lo que sucedió, acaso por la expectativa de muchos que simpatizaban con la oposición y que saben que “la esperanza muere al último”. Los días por venir irán colocando estas versiones en su justa dimensión y conoceremos la similitud entre lo señalado por la autoridad electoral y lo consignado en las actas, pero desde ahora podemos hacer un primer balance de la elección.
La autoridad electoral permitió una contienda profundamente inequitativa. Desde la conclusión del proceso electoral de 2021, el presidente López Obrador decidió abrir el juego de la sucesión para comenzar a posicionar a su partido y a quienes en aquél momento identificó como “las corcholatas”. Ya en vísperas de la elección presidencial, la injerencia gubernamental pasó de lo evidente a lo cotidiano y de lo cotidiano a lo descarado. Decenas de llamados de atención de la autoridad electoral al presidente y varios de sus colaboradores no tuvieron respuesta alguna. Al final, el INE se desdibujó hasta perder su condición de árbitro y, por ello, cedió la neutralidad a la parcialidad.
Las encuestadoras, en general, equivocaron erraron dramáticamente en sus pronósticos. Los números finales demostrarán quiénes y por cuánto equivocaron sus predicciones. De quienes daban una ventaja a Claudia Sheinbaum de 36 puntos, a quienes cantaban ganadora a Xóchitl por una diferencia de cuatro, entre los extremos del espectro demoscópico hay cuarenta unidades. No imagino llegar a las elecciones federales de 2027 sin regular lo que primero buscó ser un instrumento para la toma de decisiones, después se convirtió en burda propaganda y, ahora, resultó ser simple negocio. La regulación y supervisión de las encuestadoras debe ser uno de los objetivos del INE de cara al próximo proceso electoral.
La sociedad se encuentra absolutamente polarizada y la unidad es, quizá, la tarea más urgente para la próxima presidenta. Desde la madrugada del lunes se intensificaron los insultos, las descalificaciones y las estigmatizaciones de quienes, colocados en los extremos de las posturas, drenaron su odio, rencor, resentimiento y coraje. De ambos lados brotaron epítetos que fracturan cualquier posibilidad de convivencia en un marco de elemental respeto y tolerancia, características ambas de cualquier democracia. La próxima presidenta debe, con urgencia apabullante, reparar las fisuras que hoy nos rompen como un mismo pueblo y destacar lo que nos es común por encima de lo que nos hace diferentes.
La autocrítica y la humildad no son cualidades que caractericen a nuestra clase política ni a nuestra ciudadanía militante. Los dirigentes de los partidos de “Fuerza y corazón por México”, de un lado, incapaces de ver más allá de sus narices y de entender que, buena parte del problema, han sido ellos y sus grupos. Del otro lado, la burla y sorna de quienes antes no sabían perder y hoy siguen sin saber ganar. Detrás de ellos, militancias que, sentadas en el piso, solo atinan a mirarse el ombligo, unas, y a vanagloriarse con el muy mexicano “pa’ que veas lo que se siente, güey”, otras.
Profesor y titular de la DGACO, UNAM
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