¿Qué relación hay entre tasa de participación electoral y resultados? ¿Es siempre la misma? ¿Se puede conocer con anticipación? ¿Sirve para marcar estrategias partidistas?
Responder a estas preguntas es clave, no sólo para darnos cuenta de qué cosas pueden pasar en la próxima cita electoral, sino sobre todo para no poner todas las canicas analíticas en algo que no necesariamente es seguro.
Empecemos por lo obvio. Sí hay una relación entre tasa de participación electoral y resultados. Hay menos abstencionismo cuando los ciudadanos perciben la elección como importante (por eso hay más votos en las elecciones presidenciales que en las intermedias o las locales, y muy pocos se asoman a las urnas en otros ejercicios). Y también hay más gente que acude a votar cuando considera que una elección viene cerrada que cuando ya hay ganadores cantados. El primer elemento -la importancia de la elección- suele tener más peso que el segundo -el carácter más o menos competitivo-.
Pero, aunque suele decirse que una mayor participación siempre ayuda a las oposiciones, esto no siempre es cierto. La elección con más alta tasa de participación en las últimas décadas fue la presidencial de 1994, en la que el candidato del PRI, Ernesto Zedillo, obtuvo el 48.7% de la votación y votó 77% del padrón. El partido en el gobierno ganó con una ventaja cómoda, si bien vio disminuido su porcentaje respecto a las elecciones intermedias de 1991.
Puede decirse que, en 1994, tras la irrupción del EZLN y el asesinato de Colosio, había en el electorado un sentido de urgencia para refrendar el deseo mayoritario de estabilidad (o, si se quiere leer en sentido negativo, el miedo a la inestabilidad). El ciudadano consideró importante la elección, a pesar de que los números de las encuestas no la veían cerrada.
Y si vemos la elección federal más o menos reciente, con menor tasa de participación, fue la de 2003, cuando votó apenas 41% del padrón. En medio de la aparente calma chicha del sexenio de Vicente Fox, cuando el PAN pedía el voto para tener la mayoría en la Cámara de Diputados, sufrió una derrota dolorosa. El PRI, entonces aliado con el Verde, se llevó 42% de los votos, frente a 31% del blanquiazul, y al PRD también le fue bien, sobre todo por curules de mayoría en distritos. Una parte importante de los electores que habían votado por Fox y su partido tres años antes consideraron que las elecciones intermedias no eran relevantes. También PRI y PRD cayeron en números absolutos, pero no como el PAN.
Si vemos la evolución de la participación electoral en México, desde la creación del IFE, encontraremos tres momentos tendenciales. Muy al alza en los años 90, a la baja en la primera década del siglo XXI, y de nuevo al alza, aunque ligeramente, a partir de 2012. Esto puede deberse, primero, al entusiasmo por tener al fin elecciones donde los votos se contaban correctamente; después, a cierta desidia dentro una normalidad democrática que no dio resultados sociales y, finalmente, a distintas pulsiones de cambio.
La siguiente pregunta, si se puede conocer con anticipación la relación entre tasa de participación y sentido de la elección en 2024, la respuesta es que no… en principio. Hemos visto casos en los que un alto abstencionismo beneficia a la oposición y otros (como el 2000) en los que una tasa alta de votantes la ayuda. Lo único que podemos afirmar es que la participación será mayor que hace tres años (cuando votó 53% del padrón, la tasa más alta en elecciones intermedias desde 1997). Es casi imposible que sea inferior.
Creo que, con los ejemplos de elecciones pasadas, puede verse que la participación está ligada al sentido de urgencia del electorado, que es lo que hace que los electores intermitentes (aquellos que a veces votan) se decidan masivamente a salir a las urnas. Y puede verse que este sentido es más importante que la percepción de nivel de competencia en la elección.
¿Qué tan urgente piensan los simpatizantes de la 4T que es necesario blindarla y “ponerle un segundo piso”? ¿Qué tan urgente piensan los simpatizantes de la coalición opositora que es detener el avance de Morena? ¿Qué tan urgente piensan los defensores de la tercera vía que es demostrar que existe un camino diferente al de los partidos tradicionales, y que es transitable?
Me parece que la diferencia en el sentido de urgencia es lo que marcará la relación entre participación y sentido del voto, mucho más que la sensación de que alguien va adelante y lleva ventaja de equis número de puntos.
Podemos pensar en que cada bloque político tratará de hacer dos cosas simultáneamente: propiciar la mayor participación entre los grupos sociales afines y desestimularla entre quienes simpatizarían con los rivales. Pero esa acción simultánea sucede bajo dos condiciones: una, que entiendan que no está cantada la correlación entre participación/abstencionismo y dirección del voto; dos, que entiendan que se tiene que trabajar en carriles diferentes, según el público objetivo.
Traducción: si la coalición Fuerza y Corazón por México cree que le basta para ganar con que haya una gran asistencia ciudadana a las urnas, le puede pasar lo mismo que al PRD en 1994, que pensó exactamente lo mismo, hubo gran participación, y le fue mal; si la coalición Sigamos Haciendo Historia cree que va a desanimar al electorado opositor haciendo creer que el arroz ya se coció, puede toparse, a nivel nacional, con lo que le sucedió en la capital en 2021: que quienes dejaron de ir (“al fin ya ganamos”) fueron sus simpatizantes.
Como reza la Teoría del Partido Político Oportunista: “es prácticamente igual generar rechazo hacia las otras opciones, que agrado hacia la propia” y “todo voto que pierde un partido y se va al abstencionismo equivale a un voto ganado para los otros partidos”.
fbaez@cronica.com.mx Twitter: @franciscobaez
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