Opinión

Leer el tsunami morenista

El tsunami guinda que sacudió el sistema político mexicano merece una lectura que permita entender sus causas, su profundidad, sus implicaciones y, si es el caso, los caminos por los cuáles la ola podría ceder en el futuro.

No es asunto, por supuesto, de hacerlo en una columna de opinión. Simplemente se trata de señalar algunas cuestiones que me parecen elementales y subrayar la necesidad de no quedarse en la superficie.

La población dio un voto amplísimo de confianza a la autollamada Cuarta Transformación y a Claudia Sheinbaum en unas elecciones que fueron atípicas en más de un sentido. Esencialmente, por el contexto combinado de polarización, propaganda constante y apoyos directos a la población presentados como actos justicieros del gobierno y del líder. A eso se puede agregar la persistente e ilegal intervención del presidente López Obrador en la campaña.

Claudia Sheinbaum ganó las elecciones

Claudia Sheinbaum ganó las elecciones

Cuartoscuro

Sin embargo, esas características no son suficientes para explicar por qué, ante lo que el propio AMLO presentó como un referéndum a su gobierno, el espaldarazo fue tan amplio y contundente, sobre todo si tomamos en cuenta los fallos e insuficiencias (por decirlo ligerito) en salud, educación, calidad de los servicios públicos, protección del medio ambiente, y seguridad pública. Junto con eso, el sexenio de López Obrador ha sido de crecimiento económico mediocre y de una destrucción institucional con intenciones centralistas y autoritarias.

La cuestión es que la mayor parte de los electores vio otras cosas. Por una parte, vio el aumento a los salarios, junto con nuevas y cacareadas ayudas directas; por otra, el discurso que tomaba en cuenta a quienes por décadas fueron ninguneados (no importa que fuera más en el discurso que en los hechos); y por otra más, aceptó durante años una retórica que mantenía encendida la llama del resentimiento ante el pasado reciente.

En esas circunstancias, pesó mucho más el tema social, el de las desigualdades, que cualquier apelo a los riesgos que corre la democracia con un carro completo o la posibilidad de regresión a los tiempos del PRI más fuerte y autoritario, la nueva versión del partidazo.

Se ve en el análisis de los resultados de las casillas, y seguramente podrá verse en las encuestas de salida, que la principal línea divisoria entre los votos de una y otra candidata no es la ideología, ni la edad o el sexo: es el nivel de ingresos, que -sabemos- a su vez está correlacionado con la escolaridad. Y si analizamos la distribución geográfica de los votos, encontraremos algo similar: Sigamos Haciendo Historia arrasa en las entidades más pobres, aún en aquellas que han sufrido gobiernos pésimos emanados de esa misma coalición.

Ahora bien, no se entiende la victoria de unos sin la derrota de otros, que ha sido verdaderamente estrepitosa. El PAN en realidad nunca logró sobrepasar los porcentajes de votación obtenidos en 2018, el PRI se está cayendo a pedazos y el PRD nada más está esperando que le den la extremaunción. Salvo en algunas elecciones locales, los tres partidos históricos han ido de tumbo en tumbo.

Y es porque han ido sin rumbo. No estudiaron bien las razones del triunfo de AMLO, que no era un accidente histórico, sino resultado de una acumulación social de agravios. Tampoco comprendieron el tamaño del desprestigio de sus siglas, cotidianamente alimentado desde el púlpito de la mañanera. Y encima de todo, no fueron capaces de un acto de transformismo político similar y contrario al que realizó López Obrador. Su oferta nunca se ha diferenciado lo suficiente de un “volver al pasado” que no funciona, porque ese pasado, aunque tenga partes defendibles, justificadamente ha sido repudiado por las mayorías. Encima de todo, casi no hubo renovación de cuadros: ahí están los personajes conocidos con las ideas, las impostaciones y las limitaciones también conocidos.

Ni siquiera entendieron que la irrupción de Xóchitl Gálvez fue tal, precisamente porque no era tan conocida y no compartía las mismas ideas e impostaciones, aunque tuviera otras limitaciones. Y se decidieron a acotar a Xóchitl, a hacerla a su imagen y semejanza, o al menos a presentarla así.

En ese sentido, hay que admitirlo, Dante Delgado tenía un mejor diagnóstico: con el PRI y el PAN, ni a la esquina, aunque haya en sus filas gente valiosa. La marca está desgastada, el discurso está

desgastado, los dirigentes están desgastados, el sambenito que les colgó López Obrador está bien amarrado; es muy difícil ganar apostando por más de lo mismo (por el mal menor, en todo caso). Como escribí alguna vez: con AMLO la gente saltó de la sartén al fuego, y hay quien cree que la solución es saltar de regreso a la sartén hirviente.

Los partidos históricos querían que MC hiciera lo mismo que el PRD y se convirtiera en otro socio menor. Ahora queda claro que a eso se le llama suicidio. No lo hizo y, a pesar de un montón de errores en sus campañas y de varios traspiés locales, Movimiento Ciudadano creció 60% en medio del tsunami morenista, es 2.5 veces más grande que hace seis años, y ya es del tamaño de un PRI que va rumbo a convertirse en un partido local, satélite y con propensión a las fugas.

Acción Nacional tiene un piso duro de aproximadamente una sexta parte de los electores, mayoritariamente conservadores. Puede quedarse así, como el partido mediano de oposición que era hace cuatro décadas, cuando el PRI lo llamaba, despectivamente, “el partido de la reacción”. O puede intentar renovarse, a costa de perder parte de ese núcleo duro.

Lo que es seguro es que nadie, por muchos años, podrá hacerse camino ancho en la política mexicana, sin asumir en serio, el problema de la desigualdad social. Hay un grupo, encabezado por Morena, que quiere el monopolio de esa bandera.

Hablando de monopolios, septiembre será un mes muy caliente en lo político. En ese mes, AMLO todavía será presidente y tendrá un Congreso mucho más proclive a sus iniciativas que el actual. Habrá que tener cuidado particularmente con dos iniciativas: la que golpea al Poder Judicial y la que busca reformar la legislación electoral para abrir paso a la aplanadora de los años de gloria del priismo. La idea es monopolizar el poder (y, para López Obrador, tentar qué tan subalterna puede ser la próxima Presidenta). Los electores no le dieron la mayoría constitucional para hacerlo, pero se quedó cerca. A ver si todos los senadores son capaces de resistir los apetecibles cañonazos que les van a enviar. Ojalá, porque basta con que un puñado no lo resista, para que México tenga un cambio de régimen en todo el sentido de la palabra.

fbaez@cronica.com.mx

Twitter: @franciscobaez