En la mitología de los pueblos primitivos son abundantes los relatos creacionistas en los que un ser supremo modela con arcilla a los primeros seres humanos. La existencia de un dios alfarero, que utiliza el agua y la tierra para amasar el barro y moldear con él, figuras inanimadas que luego adquieren vida fue, en muchas culturas, la idea predominante que explicaba el origen de la vida.
En la cultura maya, por ejemplo, en el Popol Vuh, el libro cosmogónico de la comunidad quiché, se dice que los dioses hicieron varios intentos para formar a los seres vivos, hasta que encontraron, en su cuarto intento, que las personas que procedían del maíz eran las idóneas para adorar a sus creadores y cumplir con las obligaciones impuestas. Antes habían probado con el barro, pero la vida fabricada con este material era tan frágil que se derretía con la lluvia, por lo que éste experimento fue desechado.
En un texto babilónico conocido como Enuma Elish se cuenta que el dios Marduk, una vez que derrotó a la monstruosa Tiamat, y después de haber fijado el calendario anual, los signos del zodíaco, el orden planetario y la forma de la luna, se dispuso a crear al ser humano. Marduk le confiesa a su padre, el dios sumerio de la sabiduría, Ea, cómo lo haría. Le dice que acumulará sangre y amasará con la tierra un material con el que creará huesos y, con ellos, formará a una criatura que llamará “hombre”. Esta criatura estará al servicio de los dioses, realizarán el trabajo físico y proveerán sus alimentos, para que éstos puedan vivir tranquilos, (J. Campbell).
En una versión Mesopotámica del mito de la creación del hombre, se dice que los dioses están artos de trabajar por lo que Enki, dios del agua, le pide a su madre Nammu que traiga barro del océano primigenio. Luego le ordena a Ninhursag, la diosa de la tierra, que modele ese barro para crear figuras semejantes a la de los dioses. Así surgen los hombres que hacen el trabajo del que renegaban las deidades. El relato señala que Ninhursag, ya bajo los efectos del vino, sigue formando figuras de barro defectuosas y desafía a Enki a darles vida. El dios acepta el reto y es así como surgen los seres anómalos como los eunucos y otros. (G.S. Kirk).
En el poema sumerio de Gilgamesh se dice que los dioses, al escuchar los ruegos y rezos de los pobladores, decidieron inventar una figura equivalente al poderoso y arbitrario rey de la ciudad de Uruk, para que le hiciera contrapeso, liberara al pueblo de los abusos del tirano y les regresara la paz. La diosa Araru, encargada de llevar al cabo la tarea, de inmediato se puso a elaborar su obra; humedeció sus manos y empezó a trabajar un enorme trozo de arcilla con el que formó al héroe Enkidu, la figura gemela del rey Gilgamesh, (J. Campbell).
En la mitología griega se afirma que fue Prometeo el que formó a los mortales a imagen y semejanza de los dioses. Lo hizo con el consentimiento de la diosa Atenea, tomando agua del río Panopeo, la cual mezcló con arcilla de la región de Fócide. Una vez que las figuras de barro estuvieron listas, Atenea les dio vida con su aliento, (R. Graves).
Ovidio en Las metamorfosis escribe que la tierra utilizada por Prometeo para crear a la humanidad era de reciente creación, por lo que aún conservaba una especie de germen divino. Desde su creación, según Ovidio, el hombre tuvo una posición erguida. “Mientras que todos los demás animales o seres vivientes miran inclinados hacia la tierra, dio al hombre un rostro, y ordenó que se dirigieran hacia el cielo y lo mantuviera levantado hacia los astros”.
En China existe una leyenda creacionista donde se afirma que la diosa, Nüwa, con cabeza de mujer y cuerpo de dragón, formó al hombre y a la mujer con arcilla del río Amarillo.
En la Biblia está escrito que después de que dios creó la tierra no existía hombre que la cultivara. “Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre tuvo aliento y vida. Yahvé Dios plantó un jardín en un lugar del Oriente llamado Edén, y colocó allí al hombre que había formado.” (Génesis 2.7).
Estos son algunos ejemplos de la sorprendente frecuencia en la que se utiliza la figura del dios alfarero que, mediante la modelación del barro, crea la vida. Hay quienes piensan que esta forma arcaica de explicar la existencia humana sea, acaso, una especie de analogía o intuición que la mente antigua hacía o tenía, al observar cómo, de la lluvia que cae sobre la tierra surge la vida vegetal y se renueva la naturaleza.
En contraposición a la idea creacionista existe la teoría científica de la evolución de las especies, elaborada por Charles Darwin y Alfred R. Wallace a mediados del siglo XIX. La vida no fue creada de una vez y para siempre por un demiurgo y la forma que ahora tiene es el resultado de un largo tiempo de evolución, ocurrido en millones de años. Mediante un proceso de selección natural las especies se han ido adaptando a su entorno natural, generando las variaciones genéticas que las distinguen.
El estudio comparativo del genoma de los seres vivos parece confirmar la teoría darwiniana de la evolución. Matt Ridley, el afamado pensador inglés y gran difusor de la ciencia, escribió un trabajo que tituló Genoma. El libro que consta de 23 capítulos -cada uno referido a un cromosoma- explica la historia de la evolución del Homo Sapiens y su relación con la medicina moderna.
Ridley explica que, existe la hipótesis de que la primera figura biológica que logró almacenar y reproducir por primera vez el ADN, era una especie de bacteria que vivía en un lugar húmedo que contaba con alguna fuente de energía termal. Algunos científicos piensan que, de este tipo de bacteria, conocida como Luca proceden todos los seres vivos. Luca son las siglas de Last Universal Common Ancestor, (Último Ancestro Común Universal). Otros científicos como Carl Woese, afirma Ridley, creen que la vida no evolucionó de un solo micro organismo sino de varios Lucas.
La visión creacionista se ha negado a ceder su lugar a la teoría científica en muchos sectores que toman los textos religiosos como dogmas inamovibles. En muchos centros escolares de Norteamérica, pero no sólo ahí, han logrado impedir que los niños incorporen en su formación, los descubrimientos de la ciencia. Religión e ideología dominan en ese tipo de educación.
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