El mito de Admeto y Alcestis fue popular entre los escritores de la tragedia clásica griega. Se trata de un relato en el que los dioses le conceden la inmortalidad al rey a cambio de la muerte de su esposa.
Esquilo hace referencia a él en su obra Las Euménides. Esta tragedia trata del juicio en el que se juzga a Orestes por haber dado muerte a su madre, Clitemnestra. Apolo intercede en favor del acusado alegando que el crimen cometido estaba plenamente justificado. El Coro recrimina a Apolo por defender al matricida. Le recuerda que su conducta no ha sido precisamente la correcta en cuestiones de justicia. La voz del Coro le echa en cara que, para evitar que Admeto muriera como estaba prescrito, emborrachó a las Moiras para que se olvidaran de llevarlo al inframundo. “Tú derribaste todo el edificio de las antiguas leyes engañando con vino a aquellas viejas deidades”, encargadas de marcar el fin de la vida a los mortales.
Eurípides, por su parte, escribió la tragedia Alcestis, en la que Heracles, al visitar Feres y hospedarse en el castillo del rey, descubre el pesar (fingido) de Admeto por la muerte de Alcestis. El héroe, haciendo alarde de generosidad y en reciprocidad por la hospitalidad recibida, decide bajar al Hades, rescatar a la reina y traerla de regreso a la vida.
La historia tiene su origen en una conocida y añeja disputa entre Zeus y Apolo, originada en la ejecución que Zeus infringió al hijo y protector de Apolo, Asclepio, dios griego de la medicina.
Cuando muere Hipólito, arrastrado por sus propios caballos, su cadáver es llevado ante Asclepio por la propia Artemisa, con la súplica de que lo resucite. Asclepio desarrollaba su función de curandero con tanto celo que no pudo negarse a la petición de la diosa del bosque y la caza.
Zeus consideró que Asclepio, al resucitar a los muertos, había llevado su arte demasiado lejos, desafiando las leyes de la naturaleza, con lo que mostraba una actitud insolente y soberbia. Para restablecer los límites del orden natural, Zeus fulminó con su rayo al atrevido médico.
Se dice que Apolo, furioso por la muerte de su hijo y desafiando el poder del soberano del Olimpo, en represalia, mató a los Cíclopes, a quienes se les tenía por creadores del rayo utilizado por Zeus y, por lo mismo, eran considerados sus protegidos.
Zeus logró someter a Apolo y, como castigo, lo envío a servir por un año a un amo mortal. Así fue como Apolo llegó al reino de Feres para ponerse a las órdenes del rey Admeto. La relación del dios con su amo no fue denigrante, por el contrario, Admento lo trató con amabilidad y nunca le hizo encargos que hicieran que Apolo se sintiera maltratado. Apolo lo recompensó al multiplicar el ganado del reino. Lo logró haciendo que nacieran gemelos en cada parto.
Al terminar con su penitencia como sirviente, Apolo siguió brindando importantes servicios al rey. Por ejemplo, intervino para que Admeto pudiera unirse a la mujer que amaba, al ayudarlo a cumplir las condiciones impuestas para tal fin, imposibles de realizar para un simple mortal.
El padre de Alcestis, el poderoso rey de la ciudad de Yolcos, Pelias, había anunciado que permitiría que su hija se casara con aquel pretendiente que lograra conducir, en el estadio, un carro tirado por un león y un jabalí atados al mismo yugo. Apolo logró domar a ambos animales y ponerlos en el carro con el que Admeto dio la vuelta a la pista y se plantó frente a Pelias para reclamar la mano de Alcestis.
Antes de la boda, Admeto había olvidado ofrecer los sacrificios acostumbrados en honor a Artemisa. La diosa se sintió tan agraviada por esa imperdonable falta que hizo aparecer, en el lecho que debía ocupar la novia, una red de serpientes amenazantes. Esa terrible aparición era el presagio de una muerte inminente para Admeto. Fue entonces que el rey, aterrado por el mal augurio, nuevamente recurrió a la ayuda de Apolo.
El dios enseñó al rey la forma de compensar la omisión y aplacar la furia de Artemisa. Luego emprendió la tarea de convencer a las tres Moiras -las encargadas de cortar el hilo de la vida- de indultar a Admeto de la muerte. Las persuadió -bajo los efectos del vino, como lo cuenta Esquilo- y aceptaron, a cambio de que otra persona de la familia real consintiera morir en su lugar. En alguna versión del mito se cuenta que fue la propia Artemisa la que negoció con Apolo las condiciones del indulto.
Admeto buscó en su entorno e intentó comprometer a diferentes personas a dar la vida por la suya, incluyendo a sus ancianos padres. Todas las personas a las que entrevistó se negaron tajantemente, hasta que Alcestis, por amor y devoción a su marido, accedió a hacerlo.
Cuando la muerte tocó a la puerta de palacio, Alcestis bebió el veneno que la condujo al Tártaro.
La muerte sacrificial de la consorte en solidaridad con la pérdida del marido era una práctica conocida en algunos lugares de Medio Oriente. En la India, este ritual de inmolación era conocido como “sati”. Ocurría cuando la esposa voluntariamente se sacrificaba durante el sepelio del marido y ambos eran enterrados en la misma tumba.
El relato de Admeto y Alcestis planteaba, para la sensibilidad griega, un asunto moral diferente. Aquí no se trata de un sacrificio tipo sati, es decir, de la mujer “abnegada” que pone fin a su vida para acompañar a su marido en el “más allá”. En este mito se exhibe la cobardía de un hombre que obtiene su propia supervivencia a cambio de aceptar el sacrificio de su compañera.
Este final no fue del todo aceptado por escritores y filósofos del periodo clásico. En ocasiones fue modificado para resaltar la injusticia que contiene. Se dice que Perséfone, la compañera de Hades que pasa una temporada del año en el infierno, cuando vio descender a Alcestis consideró innoble la conducta de su marido y le ordenó que volviera al “mundo superior”. En la tragedia de Eurípides, como ya se dijo, es el propio Heracles el que desciende al inframundo para traer de regreso a la vida a la reina.
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