El proceso electoral produjo resultados inesperados para la oposición en su conjunto que la obligan a una profunda autocrítica. Desde el inicio de la campaña se advirtió que no bastaba con una candidata presidencial carismática sino que era necesario abrir decididamente las puertas de los partidos a los ciudadanos. En sentido contrario, las dirigencias partidarias decidieron ocupar ellas mismas los principales lugares de las listas de candidatos y esto no fue bien visto por los electores quienes, como se observa, utilizaron el voto de castigo contra la vieja partidocracia. Además, la ausencia de lineamientos programáticos coherentes, hicieron confuso el discurso y la oferta política que se presentó al electorado.
Entre los principales damnificados se encuentra el Partido de la Revolución Democrática, actualmente al borde de la extinción por los pobres resultados obtenidos. Nacido como una organización de izquierda contribuyó a la apertura democrática de nuestro país, recogiendo la herencia política e intelectual de una vertiente política que se originó con el Partido Comunista Mexicano (1919-1981), prosiguió con el Partido Socialista Unificado de México (1981-1987) y el Partido Mexicano Socialista (1987-1989), hasta adoptar su actual configuración en 1989. El PRD quiso ser un partido de masas y posicionarse como una organización típica de la sociedad industrial que inició a desarrollarse en nuestro país a mediados del siglo XX. Un partido que tuvo numerosos inscritos, que se integró bien en el territorio, con asociaciones paralelas vinculadas a la organización, con una intensa actividad de movilización social, con un núcleo de funcionarios dedicados exclusivamente “a la causa” y con una neta distinción entre militancia y dirigentes.
Las dificultades para el PRD surgieron cuando nuestra incipiente sociedad industrial cedió el paso a la sociedad postindustrial. Una dinámica que inicia a configurarse con el siglo XXI y que se encuentra determinada por la expansión de la economía de servicios, de comunicaciones digitales y de amplio consumo, en un contexto de disminución de las divisiones de clase. La corriente histórica, política e intelectual que hegemonizó al PRD en sus últimos años fue la socialdemócrata. Una concepción del mundo donde se alojan las esperanzas de una sociedad plural, abierta, democrática y con un fuerte acento social. La política socialdemócrata focaliza la justicia social y el desarrollo mediante la intervención del Estado en la economía para redistribuir la renta, garantizando el Estado Social y el interés general.
La desaparición del PRD no implica la cancelación del espacio socialdemócrata que ocupó. Enfatiza, eso sí, la necesidad de una renovada organización para la producción de ideas capaz de influir en la acción pública. Proyecta el requerimiento de una nueva organización como instrumento de la sociedad y no del Estado. La situación generada por el triunfo del oficialismo agudiza el declive perredista y evidencia la crisis de la oposición en su conjunto. A pesar del monopolio político que se está estableciendo, aún se requiere de una visión socialdemócrata adecuada a los desafíos y cambios que enfrenta la sociedad mexicana. Sobre todo, aquellos derivados del modelo de partido populista que surge en abierta contraposición al modelo socialdemócrata.
El principal problema de los partidos es su incapacidad para responder a las necesidades de la sociedad. Ellos no encarnan más los antiguos ideales de pasión y dedicación, de compromiso y convicciones. Los partidos han perdido su encanto. Han extraviado su sello histórico de defensores desinteresados de las voluntades colectivas. Actualmente, su problema principal se refiere a la relación con los ciudadanos y para que sea eficaz, resulta necesario que los partidos sean abiertos y democráticos. En consecuencia, la tarea más importante hoy es integrar una nueva formación política capaz de dar forma y contenido al enorme disenso social y ciudadano que se manifestó en las elecciones.
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