Posiblemente no exista algo más complejo en la vida que el amor y las matemáticas. Aunque al escuchar estos términos en una sola oración puede remitirnos al libro escrito por Edward Frenkel, una autobiografía acerca de su pasión por esta materia de números y cálculos infinitos, en realidad Amor y matemáticas es el título de la nueva aventura cinematográfica de Claudia Sainte-Luce (Los insólitos peces gato, El reino de Dios) escrita por la regiomontana Adriana Pelusi (Que despadre, Infelices para siempre).
Billy (Roberto Quijano) es una antigua estrella del pop que ahora vive como padre de familia, frustrado por la falta de satisfacción en su vida. En todos lados, siente una constante vibra de no encajar. Pero cuando se encuentra con Mónica (Diana Bovio), la nueva vecina que es una antigua admiradora, sus dos mundos llenos de insatisfacción chocan, creando un conflicto entre los sueños perdidos de ambos.
A través de una comedia que busca burlarse de la vida en Monterrey, esa que se jacta de ser muy de derecha y conservadora, Claudia Sainte-Luce por primera vez trabaja con un guión que no es suyo. En él, navega por esa mirada de las clases medias altas donde la infelicidad y las apariencias pueden ser muy engañosas. Muestra de ello es Billy, que está en una constante búsqueda de su identidad en medio de su matrimonio que comparte con un hijo y un perro.
Las añoranzas de un pasado exitoso como cantante se hacen presentes cuando Mónica llega a la urbanización donde vive. Es en ese momento que la aburrida rutina de Billy se rompe ante el interés y la vibra agradable de esta nueva vecina que, también, está atrapada en una vida llena de sueños rotos y añoranzas. La comedia negra es la vía con la que Claudia y Adriana deciden criticar esa homogeneización de la clase media mexicana que, por momentos, quiere romper el molde de lo esperado para ellos.
Algo interesante de la filmografía de Sainte-Luce es el enfoque que tienen sus relatos en los personajes. Aunque esta vez el relato no es de su autoría, la galardonada directora sabe cómo construir ese universo que Billy y Mónica comparten. A través de sus miradas cómplices, las sonrisas coquetas o la entonación de sus palabras, delinean bien a esta pareja que, a todas luces, se siente alienada en un mundo donde las apariencias lo son todo. Es esa química entre ellos y su mirada minimalista la que funciona como el motor del filme.
Otro aspecto que se aplaude es ver a Diana Bovio en una comedia que la hace ir por otro rango al habitual. Si en Lecciones para canallas (Moheno, 2022) ya había mostrado ese lado mordaz, aquí es un humor inocente, de una chica que quiere vivir el sueño que no pudo tener en secundaria. Ella se convierte en cómplice de Billy a pesar de las consecuencias e inseguridades que ambos enfrentan en su día a día.
Roberto Quijano también muestra una cara diferente, pues, aunque no es ajeno a la comedia, ahora es su semblante serio, desencajado o de fastidio el que llama la atención. Esto funciona como la contraparte excelente de la estrella venida a menos a la que no le gusta recordar su pasado por ser un recuerdo de cierto fracaso.
Ante el pequeño universo que él vive, entendemos las razones de su incomodidad. Está su exitosa esposa, una controladora desesperante a la cual no puede decirle nada pues ella es la que paga las cuentas de la casa y la familia.
Con ella va un perro que él no aguanta, cuyo tratamiento recuerda a ese aire de incomodidad por los “perrhijos” que hacía referencia Claudia en El camino de Sol, así como una paternidad casi ausente donde pareciera que el bebé es más un accesorio u obligación para no perder la vida que tiene y su imposibilidad de triunfar. Si, en efecto, es un protagonista que vive en el patetismo.
El minimalismo de la cámara y las tomas así como del diseño de producción, ayuda a que este relato se vuelve ameno a pesar de la falta de mordacidad en la crítica que Pelosi busca hacer.
Ante ello, el balance en el tono radica entre una esperanzadora señal que funge como mera vía de escape a la ‘terrible’ realidad en la que Billy y Mónica viven, pero que termina por ser un triste recordatorio de que escapar de esa homogeneización es algo que cuesta más trabajo del que se cree en una sociedad donde seguir los sueños y romper con los esquemas establecidos es peor que cometer un pecado capital. Ni modo, a veces el amor y las matemáticas no son para uno.
Copyright © 2024 La Crónica de Hoy .