Escenario

‘Frida’: Una mirada a Kahlo desde su propia voz: “Pinto porque lo necesito”

CORTE Y QUEDA. La ópera prima de Carla Gutiérrez aún puede verse en algunos cines selectos del país luego de haber cautivado al Festival de Sundance>

Frida Kahlo, 1939
Imagen del filme. Imagen del filme. (Cortesía)

Uno de los nombres más populares dentro de la historia del arte mexicano es, sin duda, Frida Kahlo. Ya sea por la famosa Casa Azul que es parada obligada para todos los turistas en la Ciudad de México, sus autorretratos y su particular estilo pictórico, la artista mexicana ha trascendido internacionalmente e incluso ha sido objeto de algunos proyectos cinematográficos como la biopic edulcorada con Salma Hayek de protagonista (Taymor, 2002) o la mezcla de documental y ficción con la aplaudida cinta Frida, naturaleza viva (Leduc, 1983).

Conociendo ya la gran parte de su vida y obra, la pregunta ante el lanzamiento de un nuevo documental sobre Kahlo recaería en qué es lo que queda por hablar de ella. Sin embargo, la ópera prima de Carla Gutiérrez como directora, titulada solo como Frida, ofrece nuevamente la narración de la vida personal de la creadora mexicana, pero con un añadido interesante: lo hace en primera persona, utilizando las cartas, escritos y el diario ilustrado con las propias palabras de Kahlo complementados con el uso de materiales gráficos, fonéticos y audiovisuales que dotan a la cinta de un aire novedoso.

Pinto porque lo necesito”, decía Kahlo mientras la mirada de Rodríguez nos traslada a 1910 donde las pinturas de Frida cobran vida gracias a diversas técnicas de animación mientras su pasado y sus influencias de su padre ateo, ávido lector y fotógrafo, así como su madre obsesionada con la religión ofrecen un vistazo de las raíces de “una niña que caminaba en un mundo de colores”.

A través de la voz de Fernanda Echevarría del Rivero, la voz de Frida resuena mientras los momentos definitivos de su vida suceden ante los ojos de los espectadores, marcando fechas como 1925 y el infame accidente del tranvía que la marcó de por vida mientras ella habitaba “un planeta doloroso”, así como sus inicios en el Partido Comunista que pregonaba el lema del Arte y la Revolución en conjunto, llevándonos hacia el tumultuoso encuentro con Diego Rivera y esa relación amorosa/tóxica que ambos tenían.

Escuchar los testimonios de la reconocida artista mexicana le da este sentido de intimidad a la revisión que Gutiérrez hace de la vida de la pintora mexicana, aquella que ha marcado a tantos artistas por tanto tiempo y que, en el camino, extrañamente la ha convertido en un ícono de la femineidad y la fuerza de las mujeres. Incluso hay fragmentos de sus anécdotas que resuenan de forma diferente en el presente, explorando aspectos que antes no se habían tocado con tanta seriedad sobre la pintora.

Entre ellos, radica la abierta sexualidad de Kahlo, misma que no oculta en sus comentarios, además de esa terrible codependencia y los problemas de autoestima que llegó a pasar gracias a los amoríos de Diego y su rebeldía contra su querido “panzón” que la llevó a su separación. Asimismo, están aquellos momentos de gloria, como su viaje a Nueva York donde declara que “los gringos se comen todo”, pasando por el amorío con el viejo Trotski y su hartazgo hacía él, o el encuentro con André Bretón y la escuela surrealista donde ella dice: “no pintaba mis sueños pintaba mi propia realidad”.

Asimismo, el hecho de dotar color al archivo en blanco y negro para expresar la mirada que ella tenía de su propia vida, resaltando siempre el uso de los tonos de la bandera mexicana, verde, blanco y rojo, acompaña ese espíritu lirico que destaca también lo que ella buscaba retratar con su obra, misma que fue siempre cambiante pero firme en sus convicciones y su alma, ya fuera en sus momentos más triste o los más alegres.

De alguna forma, esa mirada íntima y en primera persona de ella misma y esa mirada posterior con algunos datos no tan abordados como la decepción que tuvo al seguir a los surrealistas, su emancipación como mujer soltera que no dependía más que de su arte así como la gravedad de la situación de salud que enfrentó sus últimos años, le dan una virtud interesante donde uno conecta con los sentimientos, pensamientos y reacciones de esta gran mujer siempre relacionada con grandes flores, cejas tupidas y vestidos de huipil.

Así, Frida se convierte en un testimonio reconstruido de forma bella que puede no aportar demasiadas cosas nuevas a lo que sabemos de la exitosa pintora mexicana, pero sí ofrece una voz introspectiva interesante que nos lleva de su vida hasta su muerte, mostrándonos que Kahlo siempre puso el grito de “que viva la vida” junto a su voluntad enorme de vivir a su manera hasta convertirse, en sus propias palabras, en “la caca más grande del mundo”, creando un rostro de la mujer mundialmente conocida mucho más humano y personal.

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