Había una vez un joven, un muchacho muy extraño y encantador que viajó muy lejos por tierra y por mar hasta que un día mágico, donde lo encontré, me habló de muchas cosas, de reyes y tontos, pero hubo algo que me dijo que jamás olvidaré: “lo más importante que aprenderás en esta vida es simplemente a amar y ser amado a cambio”.
Así comenzó mi aventura cinematográfica con los musicales en agosto del 2001, donde el siempre excéntrico y colorido australiano Baz Luhrmann lanzaba Moulin Rouge!: Amor en rojo en salas mexicanas, una oda contemporánea a los valores de la vida bohemia contada a través de un romance fatídico similar al de Romeo y Julieta de William Shakespeare, aquel que el mismo cineasta adaptara en tiempos modernos y firmaría en locaciones mexicanas en 1996.
Estrenada en el aclamado Festival de Cannes ese mismo año, la cinta buscaba revivir un género que había sido olvidado por un buen rato: el musical, aquel que brindó grandes momentos con actores como Gene Kelly y Julie Andrews o que nos regaló directores de la talla de Vincente Minelli y Jacques Demy. La propuesta de Baz nos llevaría por el clásico romance hollywoodense pero le daría un toque atrevido al incluir canciones que no eran de la época que retrataba.
Ese era el París de 1899, cercano a Montmartre, el centro de la revolución bohemia para algunos y la ciudad del pecado para otros. Aquí, nuestro sufrido narrador, Christian (Ewan McGregor) encontraba su vocación como artista pero sobre todo, se enamoraría por primera vez de una chica: Satine (Nicole Kidman), la cortesana más popular y deseada del reconocido Moulin Rouge, cuyo dueño, Harold Zidler (Jim Broadbent) cuyo nombre hace alusión a uno de los verdaderos dueños del lugar, Charles Zidler, busca inversionistas para explotar sus noches de can can y excesos.
Sin embargo, no todo el amor es dulce, pues los extraños amantes de esta historia verán un obstáculo en el Duque (Richard Roxburgh), que está obsesionado con Satine y hará todo lo que pueda con tal de que sea suya, incluso romper el lazo de amor bohemio entre Christian y la cortesana. Aunque la premisa es muy básica, la manera en cómo Luhrmann da voz a este tiempo con todo y un Toulouse-Lautrec de por medio, interpretado de manera cómica por John Leguizamo, es aquello que ha causado polémica desde su estreno.
A la fecha, la cinta sigue siendo muy querida y también un tanto despreciada, ya sea por la edición siempre demencial de Luhrmann o por la cuestión de mezclar rolas de Nirvana, David Bowie o Queen con un relato ciertamente cursi. Pero para un joven amante del cine, este experimento posmoderno fue la puerta de entrada para escuchar más música y descubrir el universo de grandes musicales a través de un mundo colorido y, si, del amor y el desamor en tiempo donde la inocencia y la casi mayoría de edad acechaban.
Una de las cosas que me conquistaron fue la idea de presentar la cinta como una función teatral, algo que el director australiano haría en otras de sus obras, sumergiéndote como testigo del espectáculo que estás a punto de presenciar. La magia del telón abierto inmediatamente capturó cierto halo de magia dentro de la sala de cine. Y así, todo comenzaba. El constante medley musical de “Smells like teen spirit” con “Diamonds are a girl’s best friend” y la nostálgica introducción con “Nature boy” me atrapó por completo.
Ni que decir de un cast que lucía prometedor. Nicole Kidman, recientemente separada de Tom Cruise y con ganas de probar, como Satine, sus virtudes como una actriz verdadera, aceptaba el reto. Ni qué decir de Ewan McGregor, quien deja a de lado a Obi Wan Kenobi o aquellos roles al lado de Danny Boyle para hacer del trágico enamorado. La química entre ambos, los encuentros y desencuentros, todo aderezado de un ritmo que no paraba. Fue una droga de cursi romanticismo necesaria.
Pero también las composiciones originales como “Come what may”, misma que curiosamente no se pudo postular al Oscar porque fue escrita para la versión de Romeo y Julieta de Baz. Esto sumado a los guiños a otros musicales, en específico La Novicia Rebelde, o incluso a Bollywood al enfocar la obra montada en la cinta en la India, además del peculiar cameo de Kylie Minogue como el Hada Verde, recién salida de promocionar su sencillo “Can’t get you out of my head”, convertían al Moulin Rouge! en una locura pop como pocas vistas en el cine hasta ese momento.
Cierto es que Moulin Rouge!: Amor en rojo no ha envejecido tan bien con el paso del tiempo, especialmente por un número musical que posiblemente no pudiera hacerse en estos tiempos tomando “Like a virgin” de Madonna como base. Asimismo, cierta cuestión de abuso y toxicidad por parte de Chrisitan y el Duque que tienen actitudes un tanto reprobables para demostrar su amor (u obsesión) por Satine. Pero no deja de ser un gran revival del musical que, posteriormente, llevaría al Oscar a Chicago (Marshall, 2002), recordando la magia de aquellos viejos tiempos donde la prioridad de estos filmes era entretener y hacer sonreír a la gente.
Con esos aires de nuevo milenio y en los albores de un hecho histórico que marcaría los primeros años de los 2000 como el ataque a las Torres Gemelas, Amor en rojo resaltaba no sólo por su espectacularidad visual o por su atrevimiento a crear un musical y revivir un género un tanto olvidado, sino por brindarnos en tiempos aciagos una historia sobre una época, sobre un lugar y sobre la gente pero más que nada, un relato sobre un amor que vivirá para siempre.
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