A diferencia de Lucien, el protagonista del cuento de Jean-Paul Sartre aludido en el título de esta reseña, en su “infancia” como empresario (los años 70), la búsqueda de Trump del Ser, se limita a su identidad social; se reduce al deseo de “ser alguien”, que eventualmente se resolverá en una expresión igual de limitada, “ser el jefe” en The apprentice, de Ali Abbasi.
Trump, como Lucien, está destinado a heredar la empresa de construcción de su padre, pero sus miras son mucho más que las de Fred (Martin Donovan). Mientras que Fred se ha conformado con hacer negocios en el barrio de Queens, su hijo resiente terriblemente la exclusión de la élite de la “gran manzana”.
Todo resentido tienen una humillación fundacional, y la de Trump comienza con el rechazo de la rancia aristocracia de Manhattan a los advenedizos que no pertenece a ninguna de las “400 Familias”, título que se le dio desde 1892 a los neoyorquinos de pura sepa (los que cabían en la reina indiscutible de la alta sociedad de entonces Caroline Astor, conocida simplemente como Mrs. Astor. Manhattan).
Cuando lo vemos por primera vez en 1976, Trump al fin ha logrado meter el pie en la puerta de la “Gran Manzana”. Pero Nueva York ya no pasa su época dorada, sino que se ha convertido en una ciudad sucia, plagada por el crimen y que pasa por una crisis fiscal. El estancamiento económico por el que atravesaba Estados Unidos afectó especialmente a la ciudad.
Muchos de los residentes de la clase media de Manhattan, se habían movido a los suburbios, drenando a la ciudad de importantes fondos que se recaudaban en impuestos. Ese es el contexto que al fin permite a Trump acceder a un mercado de bienes raíces terriblemente devaluado. Lo que también estaba muy devaluado, era el carácter moral de un país que se había proyectado ante el mundo después de la segunda guerra mundial.
Estados Unidos lleva a cuestas el descrédito de Vietnam y la figura que encarna mejor este abismo en el que había caído la nación, otrora orgullosa, es la de “Tricky Dicky” (refiriéndose a Richard Nixon). La película del director iraní-danés Ali Abassi (guión de Gabriel Sherman), arranca con una entrevista a Nixon en la que asegura que él “no es un tramposo”.
Cuando habla del individuo tipo, George Lukacs se refiere a que no se forma solo por su carácter individual, sino por las fuerzas externas que en él confluyen y funden todos los momentos determinantes, humanos y socialmente esenciales de un período histórico. Lucien es un personaje tipo y también lo es Trump.
Abassi establece así el horizonte moral en el que la vida de todo estadounidense se desarrolla en esos tiempos. Con una mentalidad que conocemos bien en México (“si el mismo presidente lo hace por que yo no”), el sistema también es responsable de lo que se convertirá Trump.
Con la figura emblemática de Nixon, el video de un plumazo retrata el mundo el contexto social en el que anida digamos, el huevo de la serpiente en que se convertiría Trump.
The apprentice arranca en 1973. En la primera secuencia, Donald está sentado en Le Club, el restaurante y club nocturno exclusivo para miembros en Manhattan. Nerviosamente, Donald charla con una jovencita, pero sus ojos están puestos en las mesas donde se sientan los “peces gordos”, los hombres que mueven los hilos de la ciudad.
Roy Cohn (Jeremy Strong), el inescrupuloso abogado detrás de los juicios Mc Carthistas que se hizo famoso por enviar a los Rosenberg a la silla eléctrica, lo llama a sentarse en su mesa. Entre los turbios personajes que lo acompañan se encuentra el mafioso Fat Tony Salerno (Joe Pingue).
Cohn solo quiere divertirse con el empresario sabiendo que apenas si logró juntar las firmas para que lo aceptaran en el club. Lo humilla y todos se burlan de él. No hay nada aun del Donald que todos conocemos. Acostumbrado a que el abusivo padre lo haga menos, Trump es una fácil víctima del abogado, que solo juega con él un rato como un gato con un ratón. Trump, sin embargo, se da cuenta de que Roy es precisamente el hombre que necesita.
Trump le suplica a Cohn que represente a la compañía de su padre en el juicio que el mismo Departamento de Justicia (DOJ) ha emprendido contra ellos por discriminar a los afros estadounidenses que buscan rentar un departamento en los edificios de interés social que han construido en Queens con ayuda del gobierno.
El DOJ descubrió que quien revisaba las solicitudes ponía una “C” para identificar a la gente de color, lo cual disminuía sus posibilidades de lograrlo. Cohn se hace del rogar. Trump lo llama constantemente y este responde: ¿Donald quien? Trump, acepta que Cohn lo maltrate porque está seguro de que ningún otro abogado es tan corrupto como el. Cohn finalmente acepta. Cuando Trump trata de darle los detalles de la demanda, Cohn le responde: “No me aburras con minucias legales, solo dime quien es el juez a cargo”.
El secreto de Cohn para ganar es que, al más puro estilo de Edgar J. Hoover, soborna o extorsiona a los funcionarios que le pueden servir con fotos comprometedoras (casi siempre en actos homosexuales). Ruindad doble puesto que Cohn, al igual que el propio Hoover, pertenecían a la comunidad gay. Es esta la primera lección que le da al ávido aprendiz: “Para ganar tienes que estar dispuesto a no detenerte ante nada”.
En el juicio que, evidentemente gana, Cohn presenta argumentos tan cínicos como contraatacar a una testigo diciéndole que si asumía que la mayoría de los ocupantes de los edificios Trump eran caucásicos, revelaba su racismo, dado que había puertorriqueños que eran más blancos que la nieve.
Abassi distingue esta primera etapa de Trump incluso en el estilo visual. Los años 70 están filmados en 16 mm y llevan un ritmo frenético, siguiendo al personaje con cámara al hombro. Es esta relación la que justifica el título del filme y no el epónimo programa de televisión que asentara la fama de Trump.
Roy Cohn, es aquí el personaje principal, un auténtico kingmaker que representa y resume todos los vicios de la política de los tiempos. Hasta la fecha, en todos los juicios que está enfrentando Trump, sale a relucir su nombre, aunque murió de HIV en los 80.
Cohn, un auténtico “hacedor de reyes” que utiliza todos los medios políticos, monetarios, religiosos y militares para enaltecer a su elegido, dado que ellos mismos no pueden llegar al puesto de rey.
En el caso de Cohn, tiene que ver con que no tiene los “genes” adecuados, Trump sí. Aunque no nació aristócrata, Trump es, después de todo, blanco, anglosajón y protestante (WASP, por sus siglas en inglés), lo cual le da entrada a la élite cuando Cohn, a pesar de la fortuna y poder que ha amasado, no podría acceder realmente por su condición de judío.
Hay en el estilo, e incluso en la música, claras referencias a la serie Succession. El drama de Trump como lo presenta The apprentice se resuelve como todos en la construcción psicológica y hasta política, tiene que matar al padre. Donald se libera del yugo de su padre natural teniendo a Cohn enseñándole cómo aplastar a quien lo trata de menospreciar.
Como en toda tragedia construida sobre esa relación psicológica, Trump demostrará que también superó al maestro y llegado el momento hará con Cohn lo preciso para finalmente emerger como su propia persona; que no para desarrollar su verdadero Ser. Trump sustituye ese estadio con la identificación simbólica que Sartre señala en su libro: “ser jefe”.
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