En el siglo XIX surgieron las clases medias, como bien nos muestra la gran novela realista. Emma Bovary es una de las protagonistas estelares de la época, lo mismo que los personajes de Balzac, de Benito Pérez Galdós, varios de Charles Dickens, de Machado de Assis etcétera. Las clases medias llegaban a manifestarse en la realidad y en la literatura. En México crecen en número después de la Revolución y, desde su irrupción, anhelaban la vida de la burguesia porfirista, de los grandes hacendados. En Europa suspiraban por la aristocracia. Sí, las clases medias somos “aspiracionistas”. En una época en la que se necesitaba en México, por la organización social posrevolucionaria, de ejecutivos, empleados, oficinistas, secretarias, técnicos e incluso estudiantes, la clases medias representaron su papel y se instalaron en la sociedad. A partir de las políticas económicas que crearonn obras de infraestructura, los elementos de las clases medias vieron la necesidad de estudiar ingeniería, arquitctura, química, entre otras. Allí se incrustó la idea de la movilidad social y los padres urgían, y hoy lo hacen, a que sus hijos estudien en las universidades y obtengan un título profesional, que en la actualidad ya no es suficiente. Hay que estudiar maestría y doctorado para acceder a otro ámbito social y económico.
Si una parte de la clase media mexicana vivió durante años obnuvilada por las maravillas que se ofrecen en los Estados Unidos, hace décadas, desde finales de los años sesenta, que un segmento de esa clase media adoptó un pensamiento de izquierda, sobre todo por parte de los estudiantes universitarios de la UNAM y de la UAM. Así había ocurrido en Francia, en los mismos Estados Unidos. Lo ideales de la Revolución Cubana se enarbolaban en México y en otras partes del planeta. Regis Debray, filósofo francés seguidor del pensador marxista Louis Althusser, amigó con Fidel Castro y el Che Guevara. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir habían visitado Cuba en 1960, apenas consumada la Revolución. En Cuba, en ese entonces, sin lenguaje incluyente, había nacido “el hombre nuevo”, el hombre revolucionario. En los setentas, cuando Salvador, que luego fue mi marido,y yo estudiábamos en la UNAM, él en Economía y yo en Filosofía y Letras, se pensaba mucho que sólo el marxismo salvaría al planeta. A veces Salvador me reconvenía por mis comentarios reaccionarios. Como siempre he sido rejega, comencé a detestar, sin haber ido a Cuba, los “avances” revolucionarios y al mentado “hombre nuevo.”
En fin, esto no se trata de mí sino de un intento de entender por qué las clases medias mexicanas de 2024 votaron por Claudia Sheinbaum, la alumna estrella de López Obrador, un presidente populista, que no es de izquierda. Se vale de sus ayudas sociales para atraer votantes y alimentar su popularidad, que sin duda la tiene entre varios mexicanos. También Mussolini fue popular, lo mismo que Hitler.
¿Será que los mexicanos de clase media no son capaces de elegir alternativas sociales y políticas que correspondan a su momento histórico y que se hayan llevado nada más por el carisma del macuspano? Yo no le encuentro ninguno, pero acaso la lejanía de otros presidentes con el pueblo, su halo protocolario, la investidura presidencial priísta, incluso la de Calderón y acaso la de Fox, quien armó un buen gabinete, a pesar de sí mismo, investidura que no tiene Andrés Manuel, que todos los días habla con modismos desde su púlpito, donde se enfada y amonesta, vitupera a periodistas, intelectuales y a todo aquel, con notoriedad, que no le crea ni un ápice a su extraordinaria gestión. ¿Eso le gusta a la gente, que el presidente se dirija a los mexicanos, todos los días, tal cual lo haría con sus amigos en la sala de su casa (aunque habite un Palacio)? Cuando se carece de mira histórica todo está perdido como supimos el 2 de junio. Probablemente muchos representantes de la clases medias pensaron que una mujer, con doctorado y de “izquierda”, otrora activista universitaria de la UNAM era la elección justa.
¿Saben los mexicanos de la clase media, a la que sin duda pertenezco, qué sucederá cuando pasen las reformas de López Obrador, después de sus encuestas “patito” llevadas a cabo durante el pasado fin de semana.?¿A usted lo encuestaron? A mí no. Tampoco a mi hijo ni a su mujer, ni a mis amigos,ni a mis conocidos. Nadie nos buscó el sábado y el domingo para preguntar qué nos parecía la reforma al poder judicial?
Como escribió hoy en Excélsior Pascal López Beltrán:
“La serie de reformas constitucionales impulsada por el el presidente Andrés Manuel López Obrador podría terminar con años, décadas y hasta un siglo de historia, de un plumazo, en caso de ser aprobada por el Congreso”
Ciro Murayama insistió vía El Financiero en la sobre representación en el Congreso de la coalición formada por Morena. Pablo Hiriart tacha el asunto de un golpe blando; Carlos Marín de Milenio se refiere a un golpe de estado del propio López Obrador. Ana Paula Ordorica del Universal apunta: “La reforma al Poder Judicial se supone que la quiere el Presidente para mejorar el sistema de justicia en México, pero nada de lo que incluye su propuesta va encaminado a ello.” En el mismo diario, José Carreño Carlón lo tacha de dictadura de opinión: “La Constitución, sus libertades, sus derechos, sus garantías, sus instituciones aparecen inermes ante un régimen dispuesto a someter, desvanecer o francamente desaparecer –en el caso de los órganos autónomos—a los “enemigos” identificados del presidente López Obrador”.
Los votantes “integrados” a la cultura del izquierdismo del obradorato fueron mucho más de lo que algunos pensábamos, mientras un grupo de “apocalípticos” que suman varios millones, ya fuese que votaran por Xóchitl Gálvez o por Älvarez Maynez ocupamos la disidencia. Éste último, por cierto, convenció a no pocos jóvenes votantes.
El quid de estas votaciones, el día de hoy, es la contienda por la mayoría calificada en el Congreso y que Morena se ha agandallado. Elegir jueces y ministros de la Suprema Corte de Justicia por votación popular sería entrar en un oscuro tunel de ineficiencia y corrupción. Su autonomía hoy ha funcionado como un contrapeso importantísimo para las decisiones de un presidente de corte autoritario. Tanto así que, a cien días de terminar su gobierno, quiere cambiar la Constitución.
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