Opinión

El fracaso de la NEM

Ganaron las elecciones, pero –entre muchas otras devastaciones-- sacrificaron la educación básica mediante una suerte de golpe de Estado educativo. Nadie supo su origen, todo se preparó conspirativamente: en silencio, tras bambalinas, en innobles oficinas burocráticas, bajo la oscuridad, de espaldas a la sociedad y sin escuchar al magisterio. Todavía hoy, los maestros ignoran algunos componentes del proyecto.

La Nueva Escuela Mexicana se preparó ¿quién lo duda?, con las mejores intenciones, pero hoy sabemos que experimentó un estruendoso fracaso en las escuelas, en las aulas y en las comunidades. “De buenas intenciones, dice el refrán, está empedrado el camino al infierno”.

¿A quién debemos de culpar de este descalabro nacional? No a los maestros dispuestos siempre a obedecer las instrucciones oficiales: la responsabilidad moral y política debe recaer, primero, en el presidente AMLO; segundo, en la secretaria de educación, Delfina Gómez y, tercero, en el pequeño núcleo de académicos ambiciosos que recibió la bendición presidencial para consumar esta embestida contra México.

Comienzan a emerger evidencias empíricas que nos informan sobre la suerte que tuvo la NEM en las aulas. La decisión oficial de lanzar la reforma con premura --este mismo año escolar-- junto con los libros de texto gratuitos, sin antes haber ofrecido capacitación al magisterio sobre el nuevo modelo educativo, tuvo un impacto negativo en las aulas y en las escuelas.

De la misma manera, la intención de ofrecer la capacitación faltante a los docentes mediante las sesiones plenarias de los Consejos técnicos Escolares, fue otro fracaso. Nuca hubo una evaluación, rigurosa, del éxito o del fracaso de este programa improvisado de actualización, pero hoy los docentes confiesan, sin titubeos, que esas sesiones no tuvieron el impacto esperado.

Hoy sabemos que para la mayoría de los maestros la llegada de la NEM se experimentó como un baño de agua fría, sorprendió y desconcertó a una gran parte de los maestros. Ante lo imprevisto, cada docente tuvo que inventar como pudo medios para seguir cumpliendo su tarea.

Para obedecer los preceptos de la NEM había que seguir una ruta llena de obstáculos, en primer lugar, aprender todo un sistema sofisticado de conceptos que ordenan paso a paso la marcha de la didáctica. Es un proceso no fácil de asimilar, y más difícil es llevarlo a la práctica, pues tal cosa supone cambios en la forma de enseñar, nuevos contenidos, nueva relación maestro-alumno, nuevas reglas para organizar las actividades en el aula y los encuentros (en asamblea) con la comunidad, nuevos modelos de gestión en la escuela y nuevos métodos de evaluación.

Como lo presumían los capos de la NEM, el cambio fue del 100%, se quiso partir desde cero y en esa misma medida, hicieron difícil que los maestros adquirieran, todo, un nuevo –e inédito-- sistema de enseñanza. Muchos maestros siguen sin comprender cabalmente los conceptos de campos formativos, ejes articuladores, programas sintéticos, programas analíticos, co-diseño, etc. que son la base de la NEM.

Pero las escuelas siguen, imperturbables, funcionando. Nadie se queja. Los alumnos asisten a clases, lo mismo los maestros, se cumple con los horarios, se trabaja en las aulas, etc. Lo que es extraño es el trabajo en las comunidades, que existe, pero se practica esporádicamente bajo la forma de “visitas convencionales” a comercios y a sitios emblemáticos. Actividad que nada tiene que ver con la “centralidad de la comunidad” que dicta la teoría de la NEM. La gestión escolar, por último, no ha tenido ningún cambio.

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