Opinión

El número uno

Enarboló en 2018 un programa político en favor de la justicia social, con lo cual conquistó la simpatía de las grandes masas, pero decepcionó a parte importante de sus seguidores.

La causa: su estilo personal de hacer política. Espíritu agraviado y resentido, AMLO, es además intolerante, lleno de complejos, envidias y odios personales encendidos.

Su cultura mediana y su estilo provinciano de gobernar, le han creado inseguridades irreparables. A diario vacila; sobre todo, lo hace ante los intelectuales, con quienes, parece, compite a diario y esa competencia le genera enorme frustración.

Simula: las mañaneras son puestas en escena: un teatro donde una y otra vez finge para disfrazar sus verdaderos humores y sentimientos y seducir a los ingenuos. Esa escenografía, sin embargo, ha permitido descubrir lo que se esconde tras de sus gesticulaciones.

Su ambición ha crecido con el ejercicio del poder: poco a poco fue descubriendo los engranajes de la maquinaria estatal y aprendió a manipularla en su beneficio. Hoy tiene un ego hipertrofiado: en realidad, es un caso común de megalomanía asociada a narcisismo.

No es que se quiera a sí mismo. No; ama su imagen en la Historia de México, admira su retrato como personaje de estatura superior a sus semejantes, se sueña héroe nacional o universal (¿por qué no?) que será consagrado en monumentos, pinturas, fotos, grabados, películas y libros de historia.

Pero su marca principal es su incapacidad de amar y su vena profunda de odio a la vida. Es un hombre mordido por la víbora del Mal, que recibió el beso de Mefistófeles. No sabe dar afecto, sabe odiar. Odia a los hombres, sean quienes sean, de manera indiscriminada.

La bondad es solo una palabra. El pueblo es bueno, pero ¿quién es el pueblo? Una masa anónima, un fantasma, un ente inmaterial que habita todo y nada. Dentro de su persona no hay nada. No hay valor moral que habite en el alma de un zorro de la política.

No obstante, el tiempo fatalmente transcurre y el poder se agota. AMLO llegó al final de su ruta política, pero aún así, pretende, no dejar su huella, sino continuar hundiendo su aguijón venenoso en el cuerpo de la nación.

Su herencia: un país en crisis, socavado por males ingentes, dividido por la política, con una gran pobreza, con una economía vulnerable, un desgaste sin procedente del estado de derecho, militarizado, minado por la corrupción, trastornado por una violencia ubicua, caótico, etc.

El odio y el miedo se apoderaron de gran parte de la población: amistades que se rompen, hermanos que pelean, familias que se fragmentan, pugnas entre grupos, por todas partes la política de AMLO siembra conflictos. La vida nacional se envenenó y fue atrapada por el miedo: miedo al presidente, miedo a sus seguidores, miedo a las salvajes represalias.

Esta catástrofe es el saldo fatal de un gobierno populista y despótico que creció sobre el malestar de todos. En el porvenir solo queda una esperanza: que se produzca un venturoso golpe de timón que lleve al país por una ruta de reconciliación, paz, diálogo, democracia y progreso económico.

La historia ha registrado todo esto: hoy heredemos un país que sufre, débil, ofendido, agraviado, con heridas imborrables, pero la vida en estos tiempos es impredecible. El futuro está empañado, la incertidumbre nos posee: después de todo, los hombres somos corpúsculos infinitamente pequeños en un cosmos infinito gobernado por el azar.

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