Como parte de la resaca de las elecciones me encuentro que entre intelectuales, académicos y colegas columnistas surge el llamado a la reconciliación. Yo mismo ayer le pregunté, en este mismo espacio, cuál sería su posición al respecto, en el entendido de que no podría estar más de acuerdo con la reconciliación entre la población y los actores políticos y sociales,
Como lo veo, ya pasó la temporada de confrontaciones y ya sabemos quien nos gobernará los próximos seis años a partir del 1º de octubre, mientras que el país sigue igual: el mismo territorio, los mismos 127 millones de mexicanos, los mismos problemas, las mismas oportunidades.
En su discurso de la victoria, usted prometió gobernar para todos, como se lo ordena la Constitución; eso, quiero creer, incluye al 40 por ciento del electorado que sufragó por la oposición. A lo que voy es que, no obstante lo contundente del triunfo morenista, su jefe y mentor no deja de sembrar minas en el ánimo y en el quehacer político.
Tengo para mí que la polarización que vivimos en México más que ideológica, es afectiva. Lo digo porque antes uno podía simpatizar con el comunismo, la izquierda o la derecha, y eso no afectaba nuestras relaciones personales. Hoy en día, la simpatía política trastoca nuestro entorno familiar y de amistades.
A la 4T, que dice gustar de ir a las causas del problema, le convendría revisar lo expresado por académicos argentinos, a raíz de lo que han vivido recientemente en su país: “La polarización no se basa en posiciones frente a temas, sino en percepciones del ‘nosotros’ y de ‘los otros’ que aumenta las probabilidades de que los ciudadanos se vuelvan cada vez más rencorosos en sus interacciones” (Schuliaquer y Vommaro. La polarización política, los medios y las redes. Coordenadas de una agenda en construcción, Revista SAAP vol.14 no.2, 2020).
La polarización reduce a “los otros” a estereotipos y a imágenes sesgadas de la realidad; aquí no nos ayudan en nada las “benditas redes sociales” con sus mensajes masivos e instatáneos, porque la gente tendemos a circular por los barrios mentales en donde nos sentimos a gusto. Con ello lo único que hacemos es reforzar nuestro (endo)grupo para estigmatizar al otro (exo)grupo. Lo peor del caso es que estas cámaras de eco estimulan y confirman la supuesta superioridad intelectual y moral de cada grupo.
Su jefe y mentor no le ayudará en nada a la reconciliación; no está en su naturaleza y usted lo sabe, nosotros lo sabemos y lo vivimos a diario cuando nos cancela el acceso al debate político. Como bien dijo la periodista Denisse Maerker, le gusta echarle gasolina al tema y, hasta ahora, le ha funcionado para sus fines, que no para beneficio del país. A López Obrador le gusta la táctica de la “tierra arrasada”, donde “los otros” –como yo, como muchos-, no tenemos derecho a opinar.
La polarización política promovida por el todavía inquilino de Palacio Nacional “es el resultado o la acción de modificar los intereses colectivos o públicos por medio de prácticas refractivas.” Es decir, ha seguido la práctica comunicativa y la acción política “para direccionar los intereses colectivos hacia un punto particular y no hacia todos los puntos posibles” en donde habitamos “los otros” (Silva, Dos veces otro: polarización política y alteridad
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol. 10, núm. 2, 2004).
Como se ven venir las cosas, para cuando usted tome posesión, don Andrés ya habrá enviado al Congreso y éste habrá aprobado el Plan C, las reformas electorales y del Poder Judicial, la desaparición de los organismos autónomos y varias otras medidas de reconfiguración del Estado mexicano.
Si la aprobación de las iniciativas se da “sin moverle ni una coma”, sin escuchar a “los otros”, don Andrés creerá que le deja la mesa puesta, pero me temo que no será así; por el contrario, peor de polarizado le va a dejar el changarro, doña Claudia.
¿Y cómo cree que va a reaccionar la oposición? Pues organizará marchas, interpondrá amparos, hará protestas, etc., etc. Aunque la oposición haya recibido una paliza en estas elecciones, sigue siendo el 40 por ciento de este país y ya aprendió a movilizarse.
No somos una minoría rapaz, seguidores de oligarcas, que quieren mantener sus privilegios. Simplemente creemos que hay otras maneras de favorecer el desarrollo del país, de combatir la desigualdad económica y social, de ejercer nuestros derechos políticos. Nuestra alteridad no nos hace ni mejores, ni peores; simplemente somos y ocupamos otros puntos más en el espacio.
Nada bueno puede salir de las confrontaciones y mucho bueno puede derivar del diálogo, doña Claudia.
Deje el papel de “corcholata favorita” y conviértase en estadista.
Colaboró: Upa Ruiz uparuiz@hotmail.com X: @upa_ruiz
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