Una lectura simplista de las elecciones federales de 2024 divide a los ciudadanos en dos bandos: los que votaron por la continuidad del pasado reciente y los que votaron por el regreso del pasado remoto, y a cada uno le atribuye causas y razones. Esta lectura abona a la idea de un país partido en dos (con una parte notablemente más grande que la otra), y a la dificultad de reconciliar polos opuestos. Esa idea, a su vez, abona al agandalle, de un lado y a la autojustificación resentida, del otro.
Pero apenas uno empieza a rascar, aparece otra realidad, que nos habla de unos electores mucho más sofisticados de lo que parecen a primera vista. Y, sobre todo, de una sociedad mucho menos dibujada en blanco y negro (o en azul y guinda).
Diferentes encuestas de salida nos dicen que una enorme proporción de electores sufragó este 2024 por distintos partidos, según el tipo de elección. Sólo 55 por ciento de los ciudadanos habría votado de acuerdo con las consignas partidistas, todas las boletas por el mismo partido. Eso significa que el 45%, es decir nueve de cada veinte, votó dividido. Aun si tomamos con una cucharada de sal esos datos, el porcentaje es muy alto y son muchísimos estos electores. Lo más relevante que no forman parte del núcleo duro de ninguna agrupación: son más que los votantes lineales de cualquier partido, militantes con carnet o sin él.
Los efectos del voto dividido -que existe en todas las direcciones- se ven muy claramente al sacar diferencias netas entre las votaciones a distintos niveles de gobierno y al comparar legislativas con presidenciales. Va una visión a ojo de águila.
Claudia Sheinbaum obtuvo 59.8% de los votos válidos. Los candidatos de la coalición Sigamos Haciendo Historia obtuvieron 55.1% para el Senado y 54.7% para la Cámara de Diputados. Esa diferencia equivale aproximadamente a 3 millones de votos netos. Tal vez no parezca tan grande, pero esconde mucha variedad. En casi todas las entidades, Sheinbaum tuvo más votos que los otros candidatos de su coalición, pero las diferencias son muy distintas. Por ejemplo, en Coahuila y en Jalisco, logró 6 por ciento más; en Nuevo León, 11 por ciento más; en Campeche, casi 13 por ciento más y en Chiapas apenas medio punto más. En esta última entidad se da un dato atípico: la candidata presidencial de la coalición morenista tuvo 8 puntos porcentuales menos que el candidato a gobernador de la misma coalición.
En otras palabras, al menos uno de cada siete votantes de Sheinbaum se inclinó por un partido diferente al de su coalición a la hora de votar por las cámaras. Querían un gobierno presidido por ella, pero acotado.
Algo todavía más curioso sucede con los votantes de Máynez. Salvo un par de excepciones, obtiene bastantes menos votos que los candidatos de Movimiento Ciudadano a otros puestos, y hay tres entidades en las que la diferencia es abismal. Todas las excepciones tienen una razón de ser: el voto útil.
Un ejemplo es Coahuila: ahí los candidatos del partido naranja tuvieron todavía menos votos que Máynez, porque las elecciones al Senado y la Cámara de Diputados se presumían reñidísimas, y lo fueron (también porque uno de cada ocho votantes de Sheinbaum se decidió por los candidatos del PAN-PRI-PRD al Congreso).
En principio, el voto por Máynez es “inútil”, en el sentido de que no tenía en las mentes de los electores, posibilidad de victoria. Así que hubo unos pocos millones de ciudadanos que no votaron por él, y sí por MC en contiendas donde le veían posibilidades. En Campeche, por ejemplo, sus candidatos al Senado reciben 14 por ciento más (l3 por ciento habría votado por Claudia; 1 por ciento por Xóchitl). En Nuevo León, la votación de MC al Senado aumenta 14 puntos porcentuales respecto a la presidencial (9 por ciento habría votado por Claudia y 5 por ciento por Xóchitl). En Jalisco la cosa es todavía más interesante: MC obtiene 10 por ciento más en senadores, 12 por ciento más en diputados y 26 por ciento más en la elección de gobernador; en el caso de las elecciones federales, la proporción es 6-7 por ciento de ciudadanos que votaron por Gálvez y 4-5 por ciento de quienes lo hicieron por Sheinbaum. En la de gobernador se dio el voto útil al revés: la candidata del PAN-PRI-PRD tuvo 19.6 por ciento menos que Xóchitl, y la de la coalición morenista 6.,2 menos que Claudia. Es evidente que una parte crucial de los votantes de Lemus fueron simpatizantes de Fuerza y Corazón por México que lo prefirieron a la candidata que presentó la coalición de gobierno. Voto útil.
Pero también hubo traspasos entre las facciones que supuestamente están más enfrentadas. En Chiapas, haciendo aritmética elemental, casi la mitad de los votantes de Máynez y cerca de la cuarta parte de quienes sufragaron por Gálvez, se decantaron por la coalición Morena-PVEM-PT y Eduardo Ramírez. En Guanajuato uno de cada cinco votantes de la panista ganadora Libia Denisse García no sufragó por Xóchitl Gálvez: de ellos, la mayoría lo hizo por Claudia Sheinbaum.
Esta es sólo la punta visible del iceberg de voto dividido que hubo en estas elecciones. Nos habla, repito, de que hay una parte importante de la sociedad que no se guía por la separación tajante que se ha manejado desde Palacio Nacional y desde algunas plataformas opositoras. El voto duro es mucho, pero no es la ley. El interés, en la mayor parte de los casos, es apoyar a quien se considera que puede gobernar mejor.,. sobre todo si le ven chance de victoria.
Y esto vale también para el problema de la representación. Considerar que el pueblo votó por una aplanadora es pecar de soberbia y enceguecerse en ello. Lo que nos dicen las maniobras para generar supermayorías artificiales en los distintos congresos es que tampoco del lado de los ganadores hay voluntad de leer las cosas como son: no entienden las elecciones como mecanismo a través del cual el pueblo se representa, sino como vía para el agandalle del poder.
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