Escenario

México, “el país más calmado del mundo”, cuando llegó el cine en el Porfiriato

ESPECIAL. A propósito del Día del Cine Mexicano, que debería celebrarse el 16 de agosto y no el 15 como el Senado oficializó, recordamos la historia de cuando en Europa se creía que los mexicanos eran “indios feroces”

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Porfirio Díaz se convirtió en el primer actor en la historia del cine mexicano.

Porfirio Díaz se convirtió en el primer actor en la historia del cine mexicano.

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En el pueblo francés de Saint--Alban-du-Rhône, al sur de Lyon, nació el primer gran personaje en la historia del cine mexicano. Era 1895 cuando el joven Gabriel Veyre terminó sus estudios en farmacéutica.

Desde tres años atrás había quedado a cargo de su madre y hermanos luego de la muerte de su padre, por lo que tuvo que encontrar la oportunidad de salir adelante y para su suerte los hermanos Louis y Auguste Lumière, en Lyon, estaban reclutando operadores para su nuevo invento: el cinematógrafo.

Fue contratado debido a sus conocimientos de química y fotografía en 1896 y cumplió su primera misión en Bélgica, que le valió el encargo de llevar el invento al continente americano. No era Cristobal Colón pero no sabía que su viaje era una conquista.

En ese entonces, el cinematógrafo ya había seducido casi a toda Europa, y muchos querían ser los emisarios de la aventura. Cerca de doscientos jóvenes, provenientes de toda Francia, Italia, Suiza y España, se entrenaban afanosamente en los misterios de la filmación, pero los elegidos fueron Gabriel Veyre y Claude Ferdinand Bon Bernard.

El 18 de julio de 1896 llegaron a Nueva York y ese mismo día viajaron en tren con dirección a México. Estados Unidos era un país descartado pues la llegada del cinematógrafo fue bloqueada por Thomas Alva Edison, quien ese mismo año lanzaría el vitascope bajo el nombre de Biograph. Habían pasado apenas unos meses desde la primera proyección en el Grand Café de París en diciembre de 1895 y ya había competencia cinematográfica.

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Durante el recorrido a México, Gabriel Veyre documentó a través de una serie de cartas a su madre su percepción del otro lado del mundo. Le contó de la hermosa joven del tren a quien emocionó con fotografías y también de su decepcionante primera impresión de México:

Es un territorio salvaje, habitado por indios semidesnudos con caras de bestias feroces”, decía en una postal. Su llegada a la capital del país aumentó su decepción y temor por ver frustrada su misión de vender el cinematógrafo, “en las calles sucias y mal adoquinadas abundan cientos de indios descalzos y harapientos”, escribía.

Pero sus observaciones cambiaron en las cartas con mensajes como: “En México hay muchas mujeres hermosas” o “La velada de inauguración fue espléndida”. El presidente de México, Porfirio Díaz, se había encargado de mostrarle un país diferente.

En México todo fue fácil por dos razones: primero, porque Díaz tenía un enorme interés en los desarrollos científicos de la época, y segundo, porque el gesto aseguraba su aceptación oficial en un México que no ocultaba su gusto “afrancesado”.

Díaz sumaba su cuarta reelección como presidente cuando llegó el cine a México. La noche del 6 de agosto de 1896, el presidente Porfirio Díaz, su familia y miembros de su gabinete presenciaban asombrados las imágenes en movimiento que los dos enviados de los Lumière proyectaban en uno de los salones del Castillo de Chapultepec

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Encantado por sumar su imagen en celuloide con el zar Nicolás II y con el presidente francés Félix Faure, el presidente Díaz permitió que lo filmarán, convirtiéndose en el primer actor del cine mexicano.

¡Es el país más calmado del mundo! A las 8 de la noche todo está cerrado y cada uno duerme. Para 300 mil habitantes, hay dos teatros para toda distracción. Esto es lo que me hace esperar el éxito porque aquí, como en todas partes, se está ávido de distracciones pero se abstiene de ellas porque no las hay”, escribía Veyre a su madre mientras esperaba respuesta de compradores.

Debido a la carencia de los avances tecnológicos, la presentación alentó al régimen porfirista, a implantar la energía eléctrica en las zonas más céntricas y pudientes de la capital. México se estaba transformando y la llegada del cinematógrafo fue una oportunidad importante de documental la “historia oficial” con el desarrollo económico del país.

Esa percepción la documentó Gabriel Veyre en 35 documentos fílmicos conocidos en los que también registró peleas de gallos, lazadores de toros, caballos salvajes y escenas de la vida de los indios, como danzas, comidas y mercados: “Estas vistas serán muy bellas y curiosas para los europeos”, escribía.

Sus películas mostraban los dos polos, el de un Estado sólido con imágenes del presidente y sus ministros en su ejercicio político y también el de su población heterogénea con sus costumbres que lo encantaron y que lo llevaron a cambiar su idea de indios feroces a la del estereotipo de “el buen salvaje”. 

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Una de las últimas imágenes de la leyenda.

La idea de preservar la imagen en el tiempo era una forma de mostrar el orden de la nación para planes futuros de mantenerse en el gobierno, casi como medio de propaganda.

Con el cine se desarrolló también la industria eléctrica, se multiplicaron los monumentos, se amplió la red de ferrocarriles, comenzó la circulación de los primeros automóviles y el tranvía eléctrico, como se muestran en películas como El Zócalo, de Salvador Toscano.

El material filmado por Gabriel Veyre en México también fue significativo porque tenía implícita una advertencia sobre los movimientos sociales que se aproximaban, pues sus películas revelan las tensiones múltiples experimentadas por una nación.

Dos de las vistas que filmó en México resultaron demasiado polémicas. Primero, La ejecución de Antonio Navarro, un soldado acusado de traición y condenado a muerte, provocó escándalo y rechazo en el público; la película desapareció y Veyre ni la menciona en la correspondencia habitualmente detallada a su madre.

Luego fue En duelo con pistola entre dos diputados, el público se sintió engañado porque no se le advirtió que se trataba de una reconstrucción ante la cámara de un hecho real.

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Algunos empresarios se encargaron de dedicarse al negocio del cine entre ellos el ingeniero Salvador Toscano, quien quedó maravillado con el invento.

Importó de Francia un proyector y un tomador de vistas en 1896 para instalarse en la calle Jesús María en la capital del país e inaugurar en 1898 su sala de cine llamada El Cinematógrafo Lumière, donde proyectaba los filmes de George Méliès. Él pasó a la historia como el principal pionero de nuestro cine después con una vasta obra fílmica.

Otros cineastas de esa primera época fueron: Guillermo Becerril (desde 1899); los hermanos Stahl y los hermanos Alva (desde 1906), Mimí Derba y Enrique Rosas, éste último realizador de un gran documental sobre el viaje de Porfirio Díaz a Yucatán: Fiestas presidenciales en Mérida (1906). Este filme fue, sin duda, el primer largometraje mexicano.